Anticapitalistas en la Sexta es un espacio de discusión y organización política de carácter anticapitalista e internacionalista, que busca enlazar las luchas y fortalecer la unidad de las y los trabajadoras de la Ciudad, el Campo, el Mar y el Aire, y del resto de l@s explotad@s por el sistema capitalista para avanzar en la construcción de un Programa Nacional de Lucha y su Plan de Insurrección. Como segundo propósito buscamos difundir las luchas, denuncias y actividades de los adherentes a La Sexta en el país y el mundo, y también de todos aquellos que que sin ser parte de La Sexta se encuentren abajo y a la izquierda.
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Es preciso no olvidar que en virtud y por efecto de la solidaridad del proletariado, la emancipación del obrero no puede lograrse si no se realiza a la vez la liberación del campesino.
De no ser así, la burguesía podría poner estas dos fuerzas, la una frente a la otra, y aprovecharse, por ejemplo, de la ignorancia de los campesinos para combatir y refrenar los justos impulsos de los trabajadores citadinos; del mismo modo que, si el caso se ofrece, podrá utilizar a los obreros poco conscientes y lanzarlos contra sus hermanos del campo.
CARTA DE EMILIANO ZAPATA A GENARO AMEZCUA
Tlaltizapán, Febrero 14, 1918
Firma en contra de la reactivación del proyecto de despojo en Atenco
Preparándome para venir a la conferencia, mi hija me preguntó sobre el tema
de la charla, le conteste que seria sobre la ética del buen vivir, entonces me
respondió: vas a hablar de la forma en la que viven los ricos. Es cierto,
el buen vivir, o mejor, el vivir bien ha sido el privilegio de una clase, de
unos países, mientras la mayoría del planeta vive muy mal, en realidad, no vive,
está condenado a “morir antes de tiempo” [2] .
El adjetivo “bien” siempre ha sido problemático en tal medida que Nietzsche
propuso que la ética no podía quedar atrapada en el binomio propio de la moral:
el bien y el mal, tenía que ir más allá. Antes Spinoza había propuesto cambiar
el bien y el mal en la ética por lo bueno y lo malo, ya no como definiciones
metafísicas, sino como significados racionales. Ahora el bien vivir lo podemos
contraponer con el vivir bien, el uno de origen indígena, el SumaK Kawsay, y el
otro venido desde el Estado de Bienestar del siglo XIX. En efecto, colocar el
bien o el mal antes o después cambia totalmente los significados. El vivir bien
dió origen a éticas utilitaristas. Mientras la moral había estado mezclada con
disciplinas de austeridad ligada a paraísos extraterrenales, las nuevas éticas
del capitalismo pusieron en la mesa de la cotidianidad la valía de una vida
relacionada con el capital. En contraposición, el buen vivir ¿hacia donde nos
lleva? ¿Implica el buen vivir una crítica al Capitalismo? ¿Qué significa el buen
vivir dentro de un mundo profundamente articulado con el Capital? ¿Qué
diferencias existen entre el bien y el buen?
Aristóteles decía: “Cualquier arte y cualquier doctrina, y
asimismo toda acción y elección, parece que a algún bien es enderezada. Por
tanto, discretamente definieron el bien los que dijeron ser aquello a lo cual
todas las cosas se enderezan” (Ética a Nicomaco). Hay muchos tipos de
bienes. Sin embargo el bien es la finalidad y la base de la ética. Así como lo
bueno no es lo mismo que el bien, y lo malo no es lo mismo que el mal, el buen
vivir no es igual al vivir bien.
Por último, es llamativo encontrarnos hoy con otra ética, la ética del buen
vivir. La tradición moderna ha ubicado la ética en el juicio en el caso kantiano
o en la decisión en el caso hegeliano. La ética es un asunto de optar, decidir
bien o hacer un juicio justo. Tomar la decisión correcta, ese es el reto. Esta
forma de entender la ética, tiene mucho peso en los tiempos de la diseminación
de las éticas: ética de la comunicación, ética pública, éticas del dialogo,
éticas de los mínimos y de los máximos, éticas complejas. En América Latina, y
más específicamente, en el Ecuador, irrumpe otra ética, una ética relacionada
con la vida, más allá del juicio y la decisión, una ética que pone en cuestión
otras formas de vida. ¿Qué es la ética del buen vivir? ¿Cuáles son sus alcances
y límites? ¿En qué verdades se asienta? ¿Qué tan ideológica puede aparecer?
Sin duda que la preocupación por la ética nace en un tiempo en que la
política intenta ser anulada, la perspectiva económica se impone y el
capitalismo enfrenta crisis globales mientras observamos impávidos sus facetas
dantescas. Para desarrollar la reflexión sobre la ética del buen vivir, propongo
algunas ideas para conversar: primero, el desprestigio de la política y la
resurrección de la moral; segundo, el imperativo categórico kantiano y las
contradicciones del capitalismo; tercero, la ideología del buen vivir; cuarto,
la ética del buen vivir y el morir bien; y por último, el septologo de la ética
del buen vivir.
1. El desprestigio de la política y la resurrección de la moral
La moral no es lo mismo que la ética. La fuente moral de las sociedades
resiste a las nuevas éticas porque ella es su fuente inagotable. Una ética que
se oponga a la moral no tiene futuro. Sin embargo, algunas éticas suelen causar
ruido a las morales rancias de las sociedades. Discutir sobre la ética sin sacar
a flote la moral suele ser un ejercicio banal. Pero mucho más banal es
reflexionar la ética dejando de lado el sistema económico imperante y la
política en la que se asienta.
Aunque las morales están atravesadas por incongruencias esquizofrénicas y
dialécticas, las cuales suelen ser diagnosticadas con el nombre de “la doble
moral”, ellas están sostenidas por grupos, logias, culturas, corporaciones
secretas o públicas, religiones, instituciones y textos canónigos. Un dictamen
moral suele provocar el efecto contrario, por ejemplo, sociedades cerradas son
más hipócritas porque rompen a menudo con la ley a pesar de su apasionada
defensa, por el contrario, las sociedades abiertas imponen las reglas del
mercado sobre la política y conforman grupos conservadores que sirven de lastre
a sus políticas liberales y de goce. En efecto, la “doble moral” es
consustancial a la moral.
Las formas en las que se organizan las instituciones indican sus dinámicas
morales. La tendencia edipica o endógena de las organizaciones e instituciones
representa la defensa de una cierta moral la cual define de antemano los límites
de la política. La relación entre política y moral es muy estrecha pero en
sentido inversamente proporcional en el ejercicio de la política y directamente
proporcional con la institución de lo político. A pesar de cierta pluralidad
moral en algunos lugares, al final la política es clara mientras la moral sigue
una escritura ilegible pero definida. En sentido estricto, el aniquilamiento de
la política cede el puesto a la moral dentro de nuestras sociedades
contemporáneas, pues lo político siempre ha estado articulado a núcleos y grupos
que defienden la moral de un país, la cual corresponde a una clase determinada.
Ante el actual desvanecimiento de la política, las discusiones morales se
mezclan con la retorica de lo político. Así, la preocupación cada vez más global
de la seguridad es comprendida desde sus efectos, abandonando las causas que en
otro tiempo generaron impotencia y culpabilidad. Los análisis sobre los grandes
problemas dependería exclusivamente de las acciones nefastas provocadas por
personas “politizadas” como si la política fuera el pecado y las estructuras no
existieran desde el momento que dejamos hablar de ellas. Los medios de
comunicación combinan el espectáculo de la sangre con la estética. La política
del conflicto es anulada con el orden de lo político. El comportamiento correcto
del burgués es la exigencia primordial para la construcción de la Polis.
En efecto, la mayoría de nuestras discusiones sobre los problemas son meramente
morales dentro de un ambiente pseudo-político. De esta manera, los espacios
públicos se inundan de moralina y la felicidad o infelicidad comienza a depender
de un gran Otro.
Las características de una polis anclada en la moral suele tener tres
tipos de dinámicas comunes y entrelazadas:
1. La deslegitimación del sujeto crítico: cuando nos adentramos en el campo
de la moral, evidentemente ingresamos en un ámbito en donde el sujeto enunciante
es mirado a través del enunciado. A un profesor de ética se le pedirá que sea
ético, a un profesor de cálculo se le pide que conozca. El ser de la moral es
diferente al conocer de la academia. Al tener la moral una mirada sojuzgadora
sobre el sujeto uno de sus efectos es la anulación del sujeto crítico. La
primacía de la moral no admite el sujeto crítico. El poder deslegitima todo
sujeto crítico, o porque son infantiles, o porque están politizados, o porque
son de derecha, o porque son pelucones, o porque son corporativistas. Para el
sujeto moral no hay sujeto crítico pues el sujeto privilegiado es leal y
obediente. De la misma manera los medios de comunicación afinan su maquinaria al
servicio del capitalismo mediante la sistemática crítica del sujeto político
colocando el énfasis moral en la relación abortada entre el hacer, el decir, el
ser, el pensar y el desear. La falta de coherencia es la señal de la defunción
de toda razón crítica. Todos los días se trabaja en la sepultura del sujeto y el
vacío genera el espacio perfecto para que la información actué bajo la ilusión
de la inexistencia de sujetos, casi como una corriente divina que se posiciona
sin la necesidad de ser defendida, ocultando su carácter poietico en
fabricas dedicadas a forjar los valores liberales indispensables para el
funcionamiento del Capitalismo.
2. El sujeto fuera de la política profiere morales neoconservadores:
paradójicamente el sujeto crítico es reemplazado por neoconservadores obscenos
que defienden la existencia de un sujeto al servicio de la polis sin
política. Así, los perfiles de los tecnócratas no son más que selecciones
morales de personas obedientes a un sistema moral y político. La política es lo
imposible y el único real está determinado por la economía. Las estructuras
pueden cambiar por manos limpias y corazones ardientes, se cree. La corrupción
unida a la transparencia sitúa la solución en el ver y la realidad de la
corrupción, en no dejarse ver.
Un sujeto moral no puede tener intereses personales o de grupo, en
consecuencia el supuesto sujeto neutral está garantizado por el cálculo y las
estadísticas. En cierto sentido, el sujeto moral encuentra en la matematización
del raciocinio la episteme fundamental para decretar el deber ser universal de
la moral kantiana.
Paradójicamente, los cambios políticos son realizados por sujetos totalmente
politizados los cuales se pierden en la reducción de la política a la gestión.
No hay colectivos, solo individuos, el sujeto moral solo la admite un inicio en
el que el sujeto político no debe existir para comenzar el diálogo.
3. El pasado ambiguo del moralista y su futuro prometedor: para el moralista
existen tradiciones, culturas y otras formas de vida, sin embargo ellas no son
el núcleo dirimente de las decisiones claves del modelo hegemónico de
desarrollo. El pasado tiene que ser superado por su promesa, pues el éxito solo
se encuentra al final. El carácter temporal del moralista es el judeo-cristiano.
El triunfo del capital nos bendice a todos, según Weber. Si el pasado es
reivindicado por determinados grupos para no ser aplastados por las promesas del
moralista, la pseudo-izquierda queda atrapada en las interpretaciones
derridianas de los esencialismos en donde se igualan las políticas de los
gobiernos de derecha contra los inmigrantes con las movilizaciones por el buen
vivir de los pobres del Tercer Mundo, haciendo el juego a la fundamentación de
estructuras neocoloniales. Contradictoriamente el recurso al pasado para evitar
el aniquilamiento del presente se contrapone con la promesa del futuro que es un
poco más del pasado colonial. Increíblemente, las maletas del futuro no se
abandonan a pesar de la crisis mundial, por qué? En realidad, hay muchos
intereses en juego y sin la moral de la soberanía, del Estado Nación, de los
derechos individuales, no sería posible mantener aceitada la gran maquinaria del
Capitalismo.
Por consiguiente, la defunción de la política y la emergencia de la moral no
resuelven los problemas del Capital. ¿Por qué dicha imposibilidad?
2. El imperativo categórico kantiano y las contradicciones del
Capitalismo
El imperativo de Kant: “obra de tal modo que la máxima de tu voluntad
pueda valer siempre, al mismo tiempo, como principio de una legislación
universal” (Crítica de la Razón Práctica) es la máxima que muchos
ingenuos acreditan en el origen de la ética de la reciprocidad cuando es más
bien lo contrario. Mi forma de actuar puede ser universal si la pienso y la
quiero para todos. Los derechos y la democracia son la actualización actual del
universal kantiano. Un tipo de humanidad se impone sobre otras formas de vivir y
para lograrlo las declara inhumanas, bárbaras e inferiores. Esta ha sido la
forma en la que occidente se piensa y actúa. La definición del universal moral
es la formula correcta que asume el Yo europeo para colonizar y explotar.
Habermas crítica al imperativo kantiano por su “solipsismo metodológico”.
Alguien no puede imponer su forma de vida o sus costumbres simplemente por
considerarlas universales, pero tampoco, porque no puede imponer a los demás
debo renunciar a la universalidad. Hay una nueva universalidad moral fruto del
dialogo y el consenso. Imponer el imperativo moral sobre los otros y las otras
tiene una finalidad perversa: su dominación. Lo mío es bueno porque creo que es
bueno para todos. Nietzsche ya nos había advertido sobre los alcances en las
formas de valoración. Quién determina los valores es más determinante que el
conocimiento sobre los significados de los mismos, aunque también los enunciados
dependen de quien los enuncia, por tal motivo el hombre impone la fidelidad a su
compañera, el padre impone la obediencia a sus hijos, el mandatario impone el
civismo a las conciudadanos, el capitalismo impone el desarrollo a todos. La
moral de unos se convierte en el ejercicio del poder sobre otros en beneficio de
quien los determina. Sin embargo, no por ello las formas de llegar a consensos
soluciona el encierro de la moral.
Aunque mis formas de vivir sean muy buenas, no tengo ningún derecho a
imponerlas sobre otros. El dialogo y la comunicación es la supuesta solución a
los universales coloniales. De esta manera el consenso se convertirá en el
instrumento privilegiado de la globalización, pero no para dar comienzo a una
tarea de explotación sino para ponernos de acuerdo en la manera como asumimos
sus efectos. El modelo para todos es ahora un producto desprovisto de su
brutalidad porque el diálogo ha triunfado. De este modo el deber ser de la moral
sigue guiando la ceguera en la que se actualiza cualquiera de nuestras acciones.
El dialogo se inscribe dentro de las formas de dominación en la medida que se
edifica dentro de unas reglas que preguntan sobre lo inevitable, colocan en
desigualdad de condiciones las personas no formadas dentro de una cultura de la
argumentación y avanzan dentro de la perspectiva de la hedoné del
lenguaje: la invitación al dialogo se hace cuando ciertas medidas son
consideradas irreversibles; las personas que dialogan no son solo diferentes,
ellas están obligadas a “luchar” dentro de un “circo” hecho a la medida de quien
define lo inevitable; el acto de dialogar es el telos de la política
contemporánea.
En el momento en que el diálogo se convierte en el instrumento válido para el
arribo a sociedades morales, la irrupción de la figura del intelectual cobra
fuerza pues él conoce y tiene los argumentos indispensables a la campaña
moralizadora. Es evidente que la intelectualidad deambule en los espacios
morales posibles. El intelectual es la persona cercana a la supuesta moral sin
dios ni el diablo, él es especialista en el deber ser de la polis. Él
sabe qué puede pasar y por qué ocurre una determinada situación. Tal
sapientia universalis lo hace indispensable. La definición del deber
ser no nace directamente en el análisis de la costumbre, pues son sus
“ideas” las dirimentes, ellas nos deslumbran porque él conoce exactamente las
razones últimas de las cosas por ello sus soluciones son insoslayables. No es
extraño, por lo tanto, que el intelectual, dentro del ambiente del dialogo, no
pueda dialogar.
Así como desconfiamos de cambios que se hacen desde leyes, de igual manera
dudamos que el deber ser logre realizar los grandes cambios. El deber
ser suele darle poco importancia al ser. Las dos principales dificultades
del deber ser son: desconocer la fuerza del ser y su fusión con el
deber ser. El deber ser ignora el movimiento del ser por una
parte, y en la medida que ignora se hunde en aquello que intenta cambiar, por
otra parte. El deber ser suele ser abstracto en la medida que rechaza
aquello que está en sus propios movimientos de transformación. En efecto, las
auténticas revoluciones no logran conectarse con los deseos de los especialistas
en el deber ser. El principio “haz lo que debes” es el menos
revolucionario posible. Las revoluciones genuinas no respetan la ley moral
universal.
El imperativo categórico “obra de tal manera que otros puedan hacer lo
mismo, es la forma común de la moralidad del Capitalismo. El individuo es la
medida de la moral y su validez no está en sí mismo sino en otros. Prometer para
todos es el grito del individuo racional instituido por el poder del capital. La
permisión ideal de todos consagra la legitimidad del individuo. En
realidad no hay todos, el todos es un voluntarismo, o mejor, una
entelequia. Lo único que existe es el individuo singular como en el Nominalismo
de Ockam. Porque se dice todos, el individuo puede aspirar al desear y el
poseer.
El bien que define el individuo kantiano para todos, rompe con el bien
colectivo de la clase, de las naciones y pueblos, de los movimientos y las
organizaciones. El intermedio entre el individuo y el universal niega cualquier
forma de vida y organización en el intervalo. Así, cuando el bien de
todos es lo bueno para el individuo estamos en la gran habitación del
capitalismo. Poco importa lo que hagan los pueblos o las organizaciones. El
concepto de individuo es central para el Capitalismo y no porque se reconozcan
pueblos o países se comprende algo diferente, estos solo son la sumatoria de los
individuos. En sentido estricto, solo hay individuos y el todos es un conjunto
de individuos legitimado por la democracia representativa.
Hace unos días en un taller con pueblos y naciones indígenas un mashi
indígena de una nacionalidad amazónica decía que algunos de ellos no estaban de
acuerdo con la prohibición a la explotación del petróleo porque ellos tenían
derecho al trabajo. El dilema entre el derecho al trabajo y los derechos de la
naturaleza puede ser un buen argumento para un extractivista. En realidad, en
los países capitalistas el derecho al empleo es uno de los derechos más violados
y no existen los derechos de la naturaleza. Lo universal sigue siendo el capital
con su acumulación sin límites, la plusvalía y el plusdegoce, la separación
entre el obrero y los medios de producción. En general los valores que
representan el capital no son los del buen vivir, porque no hay igualdad, la
libertad solo es para votar y la propiedad es sagrada. El liberalismo, funcional
al capital, defiende las libertades individuales y pisotea los derechos
colectivos. En consecuencia, la ética basada en el individuo y articulada con el
universal es operativa a las reglas de la explotación y al colonialismo. La vida
de los que viven bien aplasta la vida de quienes luchan para vivir dignamente.
En consecuencia, la irrupción del buen vivir queda atrapado en una serie de
efectos ideológicos. ¿Cuáles son estos?
3. La ideología del buen vivir
La ideología suele ser entendida como una distorsión, un error, una
deformación en el objeto observado, según Althusser, lo cual nos hace suponer
que existe un lugar donde las cosas se ven realmente, y hay un sujeto capaz de
estar fuera de la ideología. Aquí vamos a entender la ideología vinculada con la
verdad y con hechos reales, siguiendo la definición de Zizek, por lo tanto no
hay matrix, es decir, no existe un lugar donde podemos separarnos de la
ideología y si existiera, sería el lugar más ideológico, pues tal como indica
Lacan el objeto es real, simbólico e imaginario a la vez. Así, la ideología se
puede observar desde otro lugar ideológico y no desde un lugar neutral. De tal
modo, el buen vivir suele ser visto desde un lugar ideológico y es el lugar de
un mundo diferente al real que constituye la verdad del discurso. La
contaminación cada vez más brutal, el exceso de autos, los desarreglos
climáticos y sus consecuencias letales, la preocupación por la calidad de vida
sin resolver los problemas acuciantes del nivel de vida, son algunos datos que
nos permiten entender el asentamiento del concepto del buen vivir. No engordar,
hacer deporte, tener aire limpio, gozar, tener el privilegio de la estética son
finalidades muy comunes. El buen vivir llega en el momento adecuado, pues es una
idea adecuada. La Asamblea Ecuatoriana encontró la respuesta a pesar que no se
sepa a ciencia cierta qué es el Sumak Kawsay porque la ideología nos hace creer
que la promesa está al alcance de la mano. Hemos encontrado la solución a
nuestros todos problemas.
En alguna ocasión un profesor universitario de origen chino me decía que
la generalización del capitalismo, inclusive en China, indicaba su éxito, en
realidad su único problema estaba en los efectos ambientales. Este ejemplo
nos muestra la presencia de la ideología. Si solo criticamos al capitalismo
desde los efectos en la naturaleza fácilmente caemos en el problema de la
ideología porque situamos en un solo aspecto su inconveniencia y legitimamos la
explotación del hombre por el hombre. En efecto, los países capitalistas son los
más preocupados por el medio ambiente. Con esto no queremos decir que el
capitalismo sea compatible con la lucha real por el medio ambiente, son dos
aspectos incompatibles, sin embargo ideológicamente es posible. En consecuencia,
la ideología aparece bajo el contraste de tres posturas:
· La postura ideológica cínica es la que piensa en un mundo donde el capital
este profundamente arraigado pero sin sus consecuencias nefastas. Así, el buen
vivir no es más que tener todas las ventajas del capitalismo pero sin sus
consecuencias ambientales, es análogo a la fórmula del desarrollo sustentable:
más economía, más respuestas sociales, más respuestas ambientales. Juntamos a
Dios con el Diablo y esto es muy ideológico. Luego, decimos buen vivir cuando en
realidad queremos decir, gozar sin tener ninguna culpabilidad.
· La postura ideológica hipócrita: la institucionalidad ecuatoriana nos
promete hoy, ya no solo nos recuerda que tenemos derechos, garantizarnos
nuestros derechos, respetar la naturaleza y llevarnos al Sumak Kawsay. La
realidad ha quedado muy lejos con tanto romanticismo. Las instituciones garantes
no han sido ni siquiera reformadas, mucho menos descolonizadas. Los derechos de
la naturaleza son un problema para los neokeynesianos y su desarrollo
extractivista y con el sumak kawsay pasa como con los jeroglíficos de los
egipcios que son un secreto para dos tipos de personas: para los no-egipcios y
para los egipcios. Todavía estamos buscando el intelectual que nos diga qué es
el buen vivir y el tecnócrata que nos diga cómo llevarlo a la práctica.
· La postura ideológica crítica es la afirmada por los indígenas y consiste
en el cuestionamiento al modelo capitalista. No hay nada bueno en dicho modelo.
Las soluciones las debemos buscar ya no en el futuro sino en el pasado de
pueblos y naciones indígenas. Tenemos necesidad de cambiarlo todo. Dicha postura
devela la falsedad de las dos anteriores, pero nos hace caer en un hueco sin
salida, pues el tiempo en el que vivimos sigue siendo el irreversible y la
economía sigue siendo la capitalista a pesar del Socialismo del Siglo XXI. La
ideología funciona muy bien pues la fotografía presentada en blanco y negro
tiende a dejar las cosas tal como están. Se trata de una postura política pero
poco técnica y en esta falta se genera una impotencia capaz de sacar los rasgos
más racistas de los intelectuales y políticos del “cambio de época”.
El coctel ideológico de cinismo, hipocresía y criticidad nos revela la
metamorfosis actual de la ideología. El cínico ya no es un subversivo, el
hipócrita no es un inmoral y el crítico no es un político. La ideología se sirve
de los cínicos, de los hipócritas y de los críticos para afirmar verdades
seductoras, pronunciar discursos sin lastres y declarar caminos imposibles. El
funcionario aparentemente revolucionario, inmoral y técnico es el producto
perfecto del mundo que convive con la ideología del buen vivir. En suma, el buen
vivir de la ideología, abandona la subversión, no se interesa por la ética y se
convierte en una formula de planificación.
El coctel ideológico es bebido por los socialistas del siglo XXI. La
ideología ahora pasa por sujetos muy diferentes a los comunistas del siglo
pasado. Los prohibidos son ahora los que prohíben, los descalificados son ahora
los que descalifican. Las formas en el ejercicio del poder no han cambiado,
seguimos con Maquiavelo en el bolsillo. La ideología del buen vivir en tiempo
del Socialismos del Siglo XXI ha sido anclada al pragmatismo de la economía. El
buen vivir ha sido suspendido en una frase lacónica de Marx: el capitalismo
contiene antagonismos y contradicciones que no logra resolver. De este modo
el buen vivir queda atrapado en el convencimiento dogmatico que el mundo no
podrá ser cambiado, por lo tanto tenemos que adaptarnos a los proyectos no tan
cercanos al naufragio. Aceptamos el capitalismo con más derechos, menos racismo,
con un poco mas de distribución de la riqueza, pero sin transformar las
estructuras y sin poder imaginar algo totalmente diferente.
La ideología del buen vivir esconde la incapacidad de cambiar o de
revolucionar. En efecto, la contrastación ideológica casi siempre nos sitúa ante
dos realidades disuasivas: el culturalismo de los indígenas que introdujeron el
concepto en la constitución gracias a su obstinada resistencia y la constitución
creadora desde un tipo de poesía bastante light. En la primera realidad, la
provenir de la cultura de los indígenas, nos embarcamos en la nave de la
identidad a pesar de las críticas derridianas usadas para descalificarlos y
decimos que nada tiene que ver con nosotros. En la segunda realidad, evitamos al
máximo tener que confrontarnos con el valor de uso y el valor de cambio del
capital. El buen vivir es el hello kitty de la política, sin
antagonismos, sin reproches, acusando la constatación aristotélica: la
realidad es más que las palabras.
Por último, la ideología tiene una faceta muy obscena la cual se revela en la
comprensión mistificada del buen vivir. El buen vivir mistificado es el paraíso
perdido de Proust situado en el pasado, por tal motivo tenemos que ir en busca
del tiempo perdido. El buen vivir es el mundo en equilibrio pero sin
equilibristas cuando se le mistifica. El equilibrio de la bicicleta en
movimiento no es admisible. Buscamos un lugar sin pecado, un mundo sin
sufrimiento, un estado sin falla, un hombre sin infantilismos, una mujer sin
neurosis, un indígena sin discriminación, un afro-ecuatoriano sin racismo, en
fin, una realidad sin hemorragia. El buen vivir, en tal sentido, es el escondite
perfecto. Así, cuando llegamos a ese lugar sin espacio y sin tiempo, se da paso
a las políticas más aberrantes: tolerancia para unos inmigrantes que ya no son
obreros; inclusión para los africanos que ya no son esclavos; políticas para las
mujeres que ya no están sometidas al patriarcalismo; cultura para los indígenas
diferentes hasta que sean iguales a nosotros y secularismo para los fanáticos
árabes. La mistificación oculta el “ya no son” y al hacerlo deja intacta las
condiciones estructurales condenatorias de los obreros, los africanos, las
mujeres, los indígenas y los árabes.
La ideología en la que se inscribe la ética del buen vivir responde a una
finalidad no dicha: morir bien. ¿Por qué?
4. La ética de buen vivir y el morir bien
El buen vivir aparece macro sistémicamente con el anuncio del fin del mundo y
las crisis mundiales y micro sistémicamente con el cortocircuito ecuatoriano de
lo político: el anuncio del fin del mundo está en cartelera nuevamente o con los
terremotos en diversas partes del mundo, o con la predicción Maya, o con los
ahora constantes desequilibrios climáticos planetarios, regionales y locales.
Las crisis mundiales para los analistas más honestos son el síntoma de una
disyunción trágica: o cambiamos o nos vamos todos al abismo, aunque así no lo
quiera entender la mayoría de líderes de Estado de este planeta. El declive en
las condiciones de seguridad de las grandes ciudades, el reforzamiento de las
fronteras y el levantamiento de los muros como una señal del miedo que provocan
el fuerte movimiento de poblaciones migrantes por causa de la pobreza y de las
intermitentes guerras y los conflictos sostenidos por las grandes negocios de
las armas hacen parte del ambiente que circunda el anuncio del buen vivir. De
igual manera, la inestabilidad política, la vulnerabilidad de las instituciones
y la falta de un proyecto político claro, conforman el panorama en el que se
desenvuelve el desafío del buen vivir en el Ecuador. Daría la impresión que el
buen vivir estuviera amarrado al miedo provocado por un mal morir.
La ética se despliega sin controles. En un mundo relativista, las morales
únicas explosionan dando paso a las éticas particulares, a la medida, de acuerdo
a los gustos y acomodadas con las culturas. Las éticas se multiplican colocando
sus énfasis en el cambio de las personas y aligerando el desgarre de la
política. Así, la corriente impetuosa de la ética posiciona los valores sin
cuestionar los modelos antropológicos. La fuerza conservadora sostiene la
popularidad de los partidos. La ética es lo irrenunciable en un mundo sin
chances de cambio y donde el discurso de la libertad se articula
fundamentalmente con su aceptación. Así, la ética del buen vivir es
indirectamente la aceptación del acto de morir bajo las reglas arbitrarias e
injustas en las que se fundamenta el status quo.
Para una sociedad corrupta, la ética de la transparencia; para naciones con
alto índice de ciudadanos discriminados, pobres, en situaciones de inequidad, la
ética de los derechos; para grupos económicos que no pueden disfrutar de sus
ganancias, la ética de la seguridad democrática; para países impedidos de la
explotación de otros pues los pueblos ya se resisten, la ética antiterrorista;
para los gobiernos que no pueden echar andar sus políticas controvertidas, la
ética del dialogo; para un mundo que ya no goza sin tener mala conciencia, la
ética del buen vivir. La ética se instala en las dinámicas sociales de la vida
de los pueblos sin evitar que la muerte siga dando pasos firmes.
La ética del buen vivir busca un equilibrio fuera de lo contradictorio. La
contradicción debe ser superada no por medio de la dialéctica sino a través de
la afirmación de lo otro. Corremos tras de un equilibrio olvidado. Comer bien,
beber bien, hacer el amor bien, tener una buena propiedad, tener el trabajo que
nos guste, los hijos que deseemos, el sueldo que necesitamos. Aspiramos a una
vida sin sufrimiento como si esa vida no fuera posible sin el sufrimiento de
otros y de otras. Esa bien vivir del completo equilibrio es lo más cercano a la
muerte.
El vivir bien del Capitalismo alcanzó para unos pocos, nosotros queremos
alcanzar el vivir bien para muchos más. A ese derecho le llamamos vida digna. En
realidad no se quiere salir del capital, lo que se quiere es socializarlo. El
capitalismo sigue apareciendo mucho más efectivo que el Socialismo. En
consecuencia, el buen vivir sin el capital más que un sueño, es una pesadilla.
De esta manera el vivir bien es participe de las destrucción y la muerte que va
dejando la imposición y el modelo de desarrollo del capitalismo.
¿Quién hace la ética del buen vivir? Si la ética ha sido apropiada por los
oligoi, ¿Por qué tener en cuenta al pueblo? La existencia del homini
sacer, del hombre condenado sin juicio y dentro de un estado de excepción
nos obliga a preguntarnos sobre el sujeto de la ética. Muy probablemente sean
los ricos los que quieren determinar la ética del buen vivir, pues lo confunden
con el vivir bien de lo cual son expertos. Los indígenas sigue siendo para los
poderosos, un sujeto machista, alcohólico, manipulable, ignorante e inmoral, por
consiguiente no puede ser sujeto de la ética y menos portavoz del buen vivir.
Sin embargo, es ese homini sacer, el único que puede trazar las líneas
fundamentales del buen vivir. Es cierto que allí hay dogmatismos, que muchos de
ellos no saben lo que quieren, que también hay egoísmo, que muchos de ellos
admiran y quieren el mundo del desarrollo, no obstante son esos condenados a
muerte los que nos pueden acercar al sentido profundo de la vida. De tal manera,
no podemos perder ese momento de negatividad absoluta que se adscribe a la vida,
ese momento de violencia fundamental.
Una tal negatividad inserta en la ética del buen vivir merece un desagregado
político, ¿cuál podría ser este?
5. El septologo político de la ética del buen vivir
No se puede hablar de ética del buen vivir sin ingresar en el mundo de la
axiología. Algunos dirán no mentir, no ser ociosos, no robar, mientras otros
defienden la lealtad por encima de la verdad; la avaricia por encima de la
justicia. ¿A qué visión de mundo responden dichos valores? ¿Qué tipo de
antropología existe dentro de una tal valoración? La propiedad privada sigue
siendo el objeto intocable de la ética y el antiterrorismo la mejor manera de
apoderarse de la propiedad de otros. ¿Cuáles pueden ser las líneas axiológicas
de una ética política para el buen vivir?
1. Aprender a ser malos: el problema no es que no seamos buenos, es que no
hemos aprendido a ser éticamente malos. Nadie es bueno absolutamente ni malo
radicalmente. El bien no está separado del mal. La total bondad es casi la
estupidez en la política. No confundamos el ser malos con la maldad. Los valores
que predominan en la política son los propuestos por el colonizador de ahí su
insistencia en una bondad separada de la política y en una lealtad sin crítica.
La bondad del capitalismo sigue en el goce y en la culpabilidad generada por no
gozar tanto. Las luchas de liberación son malas para una moral capitalista y
colonizadora. La axiología pretendida sigue atada a la obediencia y el
agradecimiento. El giro lo damos hacia los valores del descolonizado. El nuevo
aprendizaje es comenzar a dar paso a esos valores que fueron condenados porque
pueden emancipar a las personas y los pueblos.
2. La caridad: este valor no tiene buena reputación en la política aunque es
una manera muy común de legitimación de lo político. El político recurre a la
caridad para no cambiar las estructuras. Él le llama a los actos caridad
“distribución de la riqueza”. La caridad es la mejor manera conservar el poder.
Con las catástrofes, la caridad es una nueva forma de neocolonialismo escondido
en la “ayuda humanitaria”. Los ricos del mundo pasan el año acumulando dinero
sin límites y algunas horas “esforzados” en la caridad. Una tal situación nos
lanza no a su muerte definitiva sino a darle a la caridad un carácter político y
social.
3. La radicalidad: la actual obscenidad de la política es creer que este es
el mejor de los mundos. En consecuencia Fukuyama no era tan estúpido. Tenemos
que mejorar algunas “cositas” en la democracia formal, pero no podemos salir de
ella. Podemos mejorar la regulación del mercado, pero no podemos vivir sin
mercado; podemos humanizar la guerra, pero no podemos evitar la guerra; podemos
intentar eufemísticamente el desarrollo sostenible o el desarrollo humano pero
no podemos “darnos el lujo” de solucionar los problemas económicos sin
desarrollo. Luego, aunque no todos estemos en la paranoia del fin del mundo si
debemos aceptar que los fines y los medios de los señores del mundo son cada vez
más incuestionables tanto para izquierda como lo son para la derecha. Que
difícil ser radical en un tiempo de incertidumbre. La disyuntiva sigue siendo la
propuesta por Walter Benjamín: o subirnos en el tren del progreso o quién se
atreve a detenerlo. En otras palabras, o seguimos en ese eclecticismo cobarde e
hipócrita que negocia con Dios y el Diablo a la vez creyendo que es con el
capitalismo como solucionamos la pobreza, o nos atrevemos a cambiar las reglas
con las que se dirige el Capital. No ser radicales es seguir con una izquierda
que mejora la salud, la educación, la seguridad social mientras paradójicamente
la derecha se apropia del lenguaje de los trabajadores, lucha contra los
extranjeros y se afianza en un discurso de la identidad donde lo propio es la
nacionalidad en trozos de identidad.
4. La indignación: la moral cristiana condena los valores que bordean la
rabia pues los considera cercanos al odio. El pragmatismo descarta la
indignación porque no encuentra un para qué. La indignación es un acto fuera de
la molestia y como cualquier valor, no sucede por decreto o por convenio. El
presidente Mujica de Uruguay dice: tengamos rabia sin odiar. Indignarse
además de ser un valor es un derecho. La indignación es el valor político para
un mundo que privilegia el vivir bien y se burla del buen vivir.
5. No todo vale: el posmodernismo cultural al mismo tiempo que abre todas las
compuertas, va cerrando todas las opciones. La apertura es una pura ilusión, de
ahí su éxito. Los valores posmodernos están de moda: llénate de dinero, elígete
a ti mismo, haz el amor a menudo y vive tu espiritualidad favorita. El
materialismo no está opuesto al espiritualismo. Cada vez la espiritualidad es
más necesaria pues hay más demanda de goce. Las sociedades de las libertades
resuelven hacer lo que se quiere dentro de un mundo de consumo, por eso sus
libertades no se entienden sin el mercado. Las decisiones de los individuos
implican mayor tolerancia. Para que un necrófilo sea feliz, dentro de la
sociedad debe existir el negocio del uso de los cadáveres. La pedofilia, tan
común en la Iglesia, no puede ser desmontada porque el crecimiento del capital
sin límites es simétrico al valor de cambio que tienen todas las cosas. El
escándalo de la pedofilia oculta el abuso al que son sometidos niños y niñas
dentro de la familia tradicional. Ante tal situación el valor del buen vivir es
que no todo vale. No todo puede ser lo mismo, no todo puede ser permitido bajo
el permiso del capital. La intolerancia contra los efectos del mercado es una
postura ética. Para una ética del buen vivir es clave una valoración diferente a
la establecida por el valor de uso y el valor de cambio.
6. Reconocer valores emancipadores: con la caída del muro de Berlín se
defienden los valores para la aceptación de un sistema: tolerancia, democracia,
libertad y goce. Todos estos valores son intocables para el sistema hegemónico
imperante. La tolerancia es un vestido moral para discriminar al otro con su
propia aceptación. La democracia liberal defiende la formalidad de lo político a
pesar de la inconsistencia y la degradación del sistema electoral. La libertad
del liberalismo es la mejor manera de sentirnos libres a pesar de la imposición
de un solo modelo globalizador. El goce es el núcleo articulador de los nuevos
derechos. Negri y Hard proponen la multitud como uno de los valores subversivos.
Badiou y Ranciere se alejan de la economía como una vía para reencontrarnos con
la auténtica política. Los otros valores emancipadores no pueden renunciar a la
vía que pasa por el poder. El partido del siglo XX fue pensado para llegar al
poder. Un gobierno no puede ser emancipador si recurre al mismo uso del poder de
siempre, hacerlo es estar condenado al fracaso. No basta con la toma del poder,
o con llegar al poder, tenemos que reflexionar sobre estar en el poder. Los
ejercicios de poder no pueden ser los de la mentira y la manipulación, el
autoritarismo y el engaño, la promesa y el bastón. No se puede dialogar para
imponer lo argumentado o negar la insurrección. El chuchaki del poder es algo en
lo que normalmente nos perdemos y el poder como servicio no es más que ideología
pura.
7. Las acciones colectivas: la defensa de los derechos individuales están
tras el ataque a los países que han optado por una reforma radical. No hay
nada como los derechos individuales para los defensores del capital. Sin
duda que los derechos individuales tienen una carga emancipadora sin embargo son
un arma ideológica por medio de la cual se deslegitiman las políticas
socialistas. Así como no todas las acciones individuales llevan al mercado, no
todas las acciones colectivas terminan en el Gulag. En realidad lo que
necesitamos ahora son acciones colectivas por eso no debemos tener miedo a la
nacionalización de los bancos y al endogenismo del mercado o a la soberanía
alimentaria. Cuando reclamamos el derecho a hacer lo que queremos estamos
defendiendo un derecho que ya ha sido decidido hasta en los detalles más
ínfimos; también sucede que el derecho colectivo no lo sea como tal, suelen
encontrarse grupos, transnacionales y discursos hegemónicos en él. A pesar de
todo, el derecho colectivo es primordial para la ética política del buen vivir.
[1] Conferencia realizada en la Universidad del Sur dentro del marco
de reflexión sobre ETICA DE LA RECIPROCIDAD, ÉTICA DEL BUEN VIVIR, el 10 de
marzo del 2010 [2] Expresión utilizada por Bartolomé de las Casas y que ha sido
amplia y profundamente reflexionada por la Teología de la Liberación
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del
autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para
publicarlo en otras fuentes.
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