16 Octubre 2011
Las industrias provocan "insuficiencias arteriales": Tucumán es uno de los principales enclaves de la industria azucarera, albergando ingenios en Alderetes, Río Chico, J.B. Alberdi y en los departamentos de Leales, Cruz Alta, Monteros, Chicligasta y Famaillá. La zafra (cosecha de la caña de zúcar) es realizada por trabajadores golondrina que llegan de distintos puntos del norte argentino para desarrollar su trabajo en condiciones precarias y con sueldos bajos.
La caña es llevada al ingenio donde se trata para separar la fibra (bagazo: utilizado como combustible del ingenio y para fabricar papel y cartón) del jugo (de donde se extrae el azúcar), proceso que genera la contaminación del aire (por emisiones tóxicas) y de los cursos de agua (por efluentes industriales como la vinaza).
Esta provincia es también zona de cultivos citrícolas localizados en Tafí Viejo, Tafí del Valle, San Miguel, Santa Lucía, Concepción y el Dto. Cruz Alta, actividad que genera efluentes que son arrojados a los ríos sin tratamientos previos, lo cual incrementa la contaminación. A la amargura de trabajos inestables, inseguros y mal remunerados se suman las consecuencias corrosivas de industrias desbordadas y no reguladas que afectan a la madre naturaleza y a la vida de quienes allí se asientan.
Comunidades ancestrales al "borde del infarto": las fronteras tucumanas -como las de todo Estado Nación- se constituyeron sin considerar a sus pobladores originarios, negándoles su identidad y sus territorios. Las comunidades indígenas, históricamente perseguidas y despojadas de sus tierras y modos de vida, hoy continúan sufriendo atropellos y a la violación de sus derechos más esenciales se suma el avance de terratenientes que impulsan (con apoyo de la policía y gobierno local) desmontes y desalojos que muchas veces logran frenarse por la resistencia y la solidaridad de otras comunidades (como ocurrió en abril de 2011 con el pueblo originario Quilmes en Colalao del Valle).
Sin embargo, la avanzada represora y expulsora no se detiene, y a estos intentos fallidos le siguen amenazas, represiones, detenciones, heridos e incluso comuneros que pierden su vida por defender sus tierras, como le ocurrió a Javier Chocobar asesinado en 2009 por ex miembros del grupo Atila (un comando clandestino de ex polícías asesinos).
El conservadurismo en permanente "taquicardia": los/as que luchan por liberar a este corazón de opresiones deben sortear cotidianamente las (re)presiones de ideologías conservadoras que difunden los "valores morales" y los "modos adecuados de pensar y actuar" para no alterar los parámetros dominantes en cuestiones de sexo, género y clase.
Así, a la cínica moralidad representada por la Iglesia, se le suman los discursos normalizadores de sectores políticos y el tradicionalismo oligárquico de las familias patricias que luchan por mantener su poder para seguir manejando los diversos mecanismos de disciplinamiento social. No por casualidad los cruentos procedimientos (secuestro, cautiverio, torturas) de la última dictadura militar argentina 1976-1983 se inauguraron con el "Operativo Independencia" desplegado en los montes tucumanos en el año 75 por el Ejército y la Fuerza Aérea, para aniquilar a la compañía de Ramón Rosa Jiménez del ERP.
La fuerza de la lucha mantiene vivos los "vasos comunicantes" del corazón: así, con una presencia histórica y constante que se rastrea desde la batalla clave librada durante la guerra de independencia por la caballería gaucha, pasando por las rebeliones populares de los años 1969 y 1970 conocidas como "tucumanazos", hasta llegar a las luchas contemporáneas; las rebeldías tucumanas laten para no olvidar, se oxigenan en las asambleas populares de las plazas, las esquinas y los barrios, bombean fuerza para denunciar la violencia machista, los femicidios, la impunidad, la precarización de la vida, la megaminería contaminante y el abuso de poder.
El latido de la lucha continúa, se organiza en la "Comisión de familiares de víctimas de la impunidad" y sus marchas, en los juicios a los represores que actuaron durante la última dictadura, en los festivales por la diversidad sexual, en las acciones contra las redes de trata y prostitución de niñas y mujeres, en las movilizaciones de los Autoconvocados por la salud, en las acciones y bloqueos de las asambleas socioambientales, en la práctica activista de los medios alternativos de comunicación y en las actividades culturales y artísticas, todos signos de una Tucumán agitada que nos zarandea y alienta desde sus prácticas y discursos.
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