El largo verano de la revuelta oaxaqueña
Carlos Beas Torres
“Las libertades conquistadas por la especie humana
son la obra de los ilegales de todos los tiempos que
tomaron las leyes en sus manos y las hicieron pedazos”.
Ricardo Flores Magón, 1910.
Tiempos de rebelión
Oaxaca, México. Hace ya cinco años, Oaxaca fue escenario de una de las revueltas ciudadanas más radicales de las que se tenga memoria en la historia reciente de nuestro país. Miles y miles de hombres y mujeres abandonamos nuestras rutinas, dejamos de lado la cotidianidad y dimos vida a la llamada Comuna de Oaxaca.
El pueblo oaxaqueño ya estaba harto de los atropellos y agravios de los gobernantes priistas, cuando el 14 de junio del 2006 el tiranuelo Ulises Ruiz ordenó una brutal represión en contra de una movilización de los trabajadores de la educación aglutinados en la Sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE). Este hartazgo, junto a la agresión policiaca y la inmediata respuesta de los maestros, provocaron una gigantesca movilización ciudadana que encontró en la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO) su medio de coordinación para la lucha.
Durante 5 meses, el aparato gubernamental desapareció casi por completo, su presencia se redujo a las llamadas “caravanas de la muerte”, convoyes nocturnos integrados por policías, porros y delincuentes que a bordo de 15 o 20 camionetas hacían recorridos por la capital oaxaqueña para agredir y amedrentar a la población. Estas agresiones dieron lugar a que cada noche surgieran cientos de barricadas, donde los vecinos se protegían y convivían alrededor de fogatas, espacios de encuentro de gente de diferentes ocupaciones, edades y orígenes. Los vecinos, en un ejercicio de democracia radical, se organizaron para protegerse, para organizar la vida y también para protestar y exigir sus derechos.
Esta rebelión ciudadana, con sus muy diversas formas de movilización, se concentró al principio en la región de los Valles Centrales de Oaxaca, y poco a poco se fue extendiendo a las diferentes regiones del estado, donde se tomaron palacios municipales y hubo marchas y bloqueos para luego propagarse a otros estados, donde también se crearon asambleas populares. Lo más intenso de la confrontación tuvo como centro álgido la capital del estado, y de inmediato y a gran velocidad se propaló a las diferentes regiones. Por ejemplo, en un pueblo de la Mixe Alta el mismo 14 de Junio fue expulsada la policía estatal y al día siguiente, a más de 300 kilómetros de la capital, cientos de indígenas afiliados a la UCIZONI bloquearon la carretera Transistmica en protesta por la agresión policiaca.
Decenas, cientos de miles participamos en las megamarchas; en ellas se fundían las rebeldías de los maestros con la de los campesinos indígenas, la de los estudiantes con la de los jóvenes sin empleo, las de las mujeres con las de los niños de calle. Abigarradas multitudes entonábamos durante las largas caminatas cantos y consignas, siendo la más famosa aquella de “ya cayó, ya cayó, Ulises, ya cayó”.
Una de las acciones que mayor impacto tuvieron, fue sin lugar a dudas la toma de los medios masivos de comunicación por parte del movimiento. La única televisión local y las principales radiodifusoras fueron ocupadas por los rebeldes y por primera vez la gente sencilla dio su voz, narró sus historias y grito sus exigencias. En las regiones más aisladas las radios comunitarias transmitían los acontecimientos y mantenían informada a la población.
Una de las características principales de esta revuelta fue su radicalidad. Los roles fueron trastocados de manera profunda, prueba de ello fue el significativo papel que jugaron las mujeres, los ancianos, los niños de la calle, los desempleados. El miedo, el temor a la autoridad, se derrumbaron y entonces la gente sencilla que había sido humillada toda su vida, se rebeló y asumió con sorpresa su poder. Recuerdo como después de la batalla de Todos Santos, personas mayores que habían participado en los enfrentamientos contra la policía federal, se asumían como héroes, se sentían felices y complacidas por haber vivido esos momentos. El haber lanzado piedras o repartido pañuelos para neutralizar el efecto de los gases, lo mismo daba, las hacía sentirse trascendentes, se sentían héroes y en realidad lo eran.
Un aspecto que hay que resaltar fue la horizontalidad del movimiento, cuya organización recuperó los métodos asamblearios de las comunidades indígenas; cada quién asumía el papel que deseaba asumir y nadie mandaba. La APPO nunca fue una organización, fue la red de coordinación de los rebeldes; fue el espacio de comunicación de los insurrectos. Nunca tuvo acta constitutiva, ni estatutos, ni una estructura organizativa; aunque después algunos quisieron darle forma de organización, para usar su nombre y usufructuarlo.
Otra cara de la radicalidad de este movimiento fue el cuestionamiento al poder mismo, y en cualquiera de sus encarnaciones la autoridad fue atacada. Las organizaciones, la familia patriarcal, el gobierno, los partidos, el machismo, los medios de comunicación, los dirigentes, todo fue cuestionado, todo fue rebasado. Este movimiento desenmascaró y puso en su lugar a medio mundo. Algunas organizaciones con un pasado izquierdista como la COCEI terminaron apoyando al gobernador asesino, y dirigentes sindicales como el profesor Enrique Rueda traicionaron a sus compañeros de lucha. El Partido de la Revolución Democrática (PRD), por su parte, jugó con dos caras. Por un lado tuvo que apoyar la campaña de Andrés Manuel López Obrador como candidato a la Presidencia de la República y por otro lado negoció con Ulises Ruiz y contribuyó a su permanencia. Y qué decir de los siniestros acuerdos que establecieron Fox y Calderón con los priistas para sostener al tiranuelo. La clase política en pleno se confabuló en contra de los rebeldes de Oaxaca y se utilizó todo el poder del Estado para aplastarlos.¡¡¡ Fuera Máscaras!!!!
Un movimiento sin salidas
La radicalidad de las demandas de la Comuna de Oaxaca la hicieron altamente tóxica para el sistema de dominación que oprime a los mexicanos. Su forma de organización era horizontal y anti jerárquica por lo cual no tenía dirigentes ni comisiones formales, salvo algunos voceros sin poder ni mando. Asumió la forma asamblearia y sus demandas y aspiraciones eran maximalistas e innegociables; al grado que no tenía la aspiración siquiera de negociar la liberación de los presos o la destitución de funcionarios. Era el todo o nada; algunos la bautizaron como la primera revolución del siglo XXI y en cierta forma tenían razón, pues sus maneras y reclamos cuestionaban al sistema mismo.
La coyuntura en la que estalló la rabia de los oaxaqueños no fue la más propicia para que este movimiento se consolidara. En Julio del 2006, cuando la revuelta iba en ascenso, la izquierda partidista estaba envuelta en el proceso electoral por la presidencia. Pocos días después de las elecciones se relata que en Huatulco se reunieron Ulises Ruiz y Felipe Calderón, donde pactaron apoyo y reconocimiento mutuo. Dos meses después de esa reunión 5 mil militares disfrazados de miembros de la policía federal preventiva tomaron por asalto la ciudad de Oaxaca, según ellos “para restablecer el orden”, y según nosotros para aplastar la revuelta y sostener a un asesino en el poder.
Una rebelión con estas características enfrentaba a poderosos intereses y no sólo locales. Por ello necesitaba para su sobrevivencia de que la revuelta se extendiera a otros lugares del país y que la solidaridad nacional e internacional fuera más contundente. A pesar de que la revuelta de los oaxaqueños fue ganando simpatía, evidenció la debilidad del movimiento social mexicano, el cual no le pudo brindar un apoyo efectivo.
Hacia Noviembre del 2006, el movimiento demostraba aún gran vitalidad a pesar de que estaba acorralado en las instalaciones de la Ciudad Universitaria y de la Sección 22, y pudo con la participación de más de 1,600 delegados y delegadas el celebrar el “congreso constituyente de la APPO”. Mientras cerca de ahí la Policía Federal Preventiva ocupaba la parte central de la capital y muchas de las barricadas ya habían sido levantadas y los tiranos a la par que organizaban cacerías de “sapos” preparaban el golpe final: el “tlatelolcazo” del 25 de Noviembre.
La represión y el chantaje
El saldo represivo que tuvimos que pagar los oaxaqueños por nuestra locura libertaria fue sumamente alto. Oficialmente la represión ocasionó 26 muertos, 350 heridos y más de 500 presos. Sin embargo, varios desaparecieron, entre ellos los niños de la calle que alimentaron la barricada de Cinco Señores y varios vecinos y maestros de los que nunca se supo más. Ese sigue siendo hasta ahora un secreto a voces en Oaxaca.
En Oaxaca sufrimos todas las formas represivas que son parte de la Guerra Sucia. Algunos detenidos fueron torturados con amenazas de ser lanzados desde un helicóptero en pleno vuelo. Muchos más fueron secuestrados o golpeados en la calle y a la luz del día. Delincuentes, militares y policías desde vehículos en movimiento dispararon contra vecinos inermes. Decenas de mujeres sufrieron abusos y atropellos de todo tipo y más de un centenar de oaxaqueños fue deportado a un penal de “mediana seguridad” ubicado en estado de Nayarit, en lo que se llamó “la pesadilla azul”.
Hacia fines de Octubre, en el momento más difícil del movimiento, la burbuja represiva de Ulises Ruiz urgida de oxígeno amenazó al gobierno federal de incendiar Oaxaca si no intervenía, y para ello orquestó un plan ejecutado por grupos paramilitares que atacaron las barricadas y plantones. En uno de esos ataques a la barricada de Calicanto murió el periodista alternativo Brad Will. Esta escalada fue la que le sirvió de pretexto al presidente Vicente Fox para ocupar militarmente Oaxaca.
Después de los ataques de fines de Octubre muchos sabíamos que seríamos reprimidos y previmos que la movilización del 25 de Noviembre era el momento elegido para dar el golpe final y no pudimos hacer nada para evitarlo; el movimiento se jugaba sus últimas cartas y los grupos de jóvenes que eligieron la violencia para enfrentar al gobierno se impusieron sobre los contingentes que llamaban a seguir de manera pacífica con la movilización. Aún se recuerda el episodio donde la Doctora Eskopeta, una ciudadana ampliamente respetada en el movimiento, no pudo convencer a los muchachos para que dejaran de lanzar objetos contra la policía. Nunca se sabrá con certeza la cantidad de heridos, desaparecidos y de muertos resultantes de la brutal agresión ocurrida ese día. ¿Provocación? ¿Autoinmolación? ¿Cansancio?
Lo ocurrido ese día 25 fue brutal y los siguientes días fueron terribles; desde la gubernamental Radio Ciudadana se impulsó una campaña de terror, una campaña cargada de odio, donde desde el anonimato se denunciaba los lugares donde se ocultaban los opositores. En una campaña de verdadera cacería algunas casas fueron allanadas y decenas de personas fueron golpeadas brutalmente y algunos extranjeros deportados. Cientos tuvimos que escondernos o huir de Oaxaca. Así terminamos el 2006 y en esos días de zozobra cualquier intento de movilización era de inmediato reprimido. El tirano no había caído.
A la distancia
Si bien en febrero y el 8 de marzo del 2007 el movimiento volvió a salir a las calles, aún se respiraba una atmósfera de miedo y frustración. El tirano no había caído, la sección 22 atravesaba un momento crítico por la traición de sus dirigentes y el choque entre anarquistas y estalinistas era cada vez más patente. Con esas nuevas movilizaciones se demostraba que la revuelta no estaba muerta ni completamente derrotada, pero no era tan radical ni tan fuerte para significar un peligro real para el gobierno.
El 14 de Junio del 2007, a pesar de que hubo una gran manifestación, se percibía que no había ya ni la fortaleza ni la unidad suficientes para retomar el camino de la insurrección ciudadana. Algunos de los dirigentes habían hecho negociaciones con Ulises Ruiz y a pesar de la combativa manifestación de julio siguiente era evidente lo que no queríamos reconocer, que el movimiento había sido derrotado, que estaba muy dividido y en reflujo. Ya a estas alturas a las reuniones de la APPO solo asistía el 20 por ciento de sus delegados, lo cual era aprovechado por organizaciones vanguardistas para manipular y hablar a nombre de la Asamblea.
Han pasado ya cinco años, cinco largos años y resulta extraño, pero hasta ahora no se ha hecho un balance crítico de la rebelión ciudadana del 2006. Si el resultado del movimiento se midiera por el logro de sus demandas podríamos coincidir en que fue derrotado ya que al final de cuentas su demanda principal no sé consiguió, Ulises Ruiz siguió mal gobernando, asesinando y robando hasta el último día de su sexenio.
Pero bajo la idea de “que veneno que no mata, engorda”, tanto la burbuja de Ulises Ruiz como el movimiento social terminaron en un supuesto empate técnico. Pero la verdad, estos últimos años fueron muy difíciles para los pueblos de Oaxaca. La corrupción, la pobreza y la violencia se incrementaron, sólo basta con ver el sufrimiento del pueblo de San Juan Copala para darnos una idea de lo difícil que han sido estos tiempos para muchos oaxaqueños.
Sin embargo y a pesar de que la demanda central no se consiguió, y de que las organizaciones sociales se aislaron y muchas se dividieron o desaparecieron, en Oaxaca ha venido creciendo un movimiento ciudadano que reivindica en diferentes regiones la defensa de su territorio: por ejemplo, en el Valle de Ocotlán ha surgido un aguerrido movimiento que lucha contra la minera canadiense Cuzcatlán o una Coordinadora de Pueblos Unidos por el Agua ; también en Valles Centrales se ha venido articulando la resistencia en contra del llamado Libramiento Sur, obra carretera que no pudo ejecutar el gobierno de Ulises Ruiz.
A muchos oaxaqueños la experiencia del 2006 les enseñó que al poder del Estado se le puede enfrentar la fuerza del pueblo organizado, tal como lo han hecho los pueblos mixtecos y chatinos que integran el Consejo de Pueblos Unidos por la Defensa del Río Verde (COPUDEVER) y que luchan contra la construcción de la represa Paso de la Reina.
Oaxaca sigue siendo escenario de una gran cantidad de iniciativas que reivindican la autonomía y que luchan en contra de cualquier forma de autoritarismo. Constantemente hay foros, mercados alternativos, ferias por la vida autónoma, operan centros sociales, y radios comunitarias, se realizan conciertos musicales, manifestaciones, bloqueos, protestas, reclamos, fiestas; es decir, que si el propósito de la barbarie gubernamental fue el de exterminar la rica vitalidad ciudadana, fracasó rotundamente. No creo que en ningún lugar del país, exista la vitalidad que tiene aún hoy el movimiento ciudadano de Oaxaca, a pesar de la violencia que ha sufrido, y de la fragmentación y del sectarismo que lo afectan.
También es innegable que el movimiento ciudadano del 2006 influyó para que en las elecciones de julio del 2010 fuera derrotado el delfín de Ulises Ruiz. Mucha gente en Oaxaca dice: “no voté por Gabino Cué, voté en contra de Ulises”. La noche del 4 de julio cientos de personas celebraban en las calles la derrota del PRI y entonaban la consigna de la APPO “ya cayó, ya cayó, Ulises ya cayó”. Sin embargo el nuevo gobernador no comprendió la importancia de este mensaje y en su toma de posesión tuvo entre sus invitados especiales a Jorge Franco, conocido como el “Chucky”, un siniestro personaje “brazo derecho” de Ulises Ruiz, que durante años orquestó las más graves violaciones a los derechos que hayan sufrido los oaxaqueños en su historia moderna. En nombre de la reconciliación en Oaxaca, hay ominosas señales de brindar impunidad a los asesinos y de echar en el olvido los crímenes y la barbarie.
A cinco años de la revuelta popular, muchos de sus actores se han integrado al nuevo gobierno estatal o son parte del Congreso del estado; otros murieron asesinados en estos últimos años, como Bety Cariño, Renato Cruz o Catarino Torres; otros más fueron ejecutados, como los jefes policiacos Fernando Barrita o Aristeo López, o como los pistoleros “El Dragón” o “El Taliban”.
Muchos están involucrados en nuevas iniciativas para democratizar desde abajo y a la izquierda, mientras otros tantos creen que desde dentro y desde arriba se puede hacer algo e incluso regresan a la escuela para adquirir el título que les requiere la ley para ser funcionarios del nuevo gobierno.
Si bien muchos se reclaman como parte de la APPO, lo cierto es que la APPO ya no existe, o por lo menos ya no existe aquella Asamblea donde se planeaban el cierre de oficinas, las grandes marchas o la defensa de las radiodifusoras tomadas. Otros tiempos se viven en Oaxaca y tenemos que reconocerlo.
Pero a mucha gente sencilla, la revuelta del 2006 le cambio la vida, le dio una nueva mirada sobre su mundo, le hizo saber que perder el miedo es peligroso, pero le da un sentido distinto al vivir. Como decía aquel vecino de Santa Rosa – en la periferia de la capital oaxaqueña- “después de todo esto, nunca seremos los mismos, no lo podríamos ser y no lo podríamos soportar”
¡Salud y Revolución Social!
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