por Jorge López Ave
Miércoles, 12 de Junio de 2013 18:51
El crecimiento de la ultraderecha en los barrios obreros de muchas
ciudades europeas no es un tema menor. No se trata de un problema de
coyuntura, ni de equívocos, sino del trabajo político que desarrollan al
albur de la crisis del capitalismo.
Es
sabido que el fascismo es el plan B del sistema capitalista, su cara
menos amable para que las clases dominantes no pierdan un ápice de
poder. Pero esa subida, a veces espectacular, de organizaciones
homófobas, racistas y virulentamente anticomunistas, tiene un primer y
casi único responsable: la izquierda.
Presenciar
como un auto llega a un barrio obrero, masacrado por la droga, la
resignación y la falta de perspectiva, del que salen tres personas con
indumentaria nazi y no son perseguidos a pedradas, es síntoma de
enfermedad grave. Más aún cuando esos individuos se bajan y empiezan a
repartir bolsas de comida a mujeres que se amontonan entorno al coche.
También dan unos papeles para informar que médicos patriotas atenderá
tal día a tal hora a quien necesite con la sola condición de ser
naturales del país, excluyendo de esa manera a miles de emigrantes que
se amontonan en esos barrios a compartir miseria.
Un viejo militante revolucionario se pregunta a gritos dónde están los
suyos, dónde las formaciones que predican un mundo mejor por más justo e
igualitario. Grita y sigue gritando, mientras las mujeres pasan a su
lado con desdén, mirando el contenido de las bolsas de comida. “Antes,
-me dice-, en este barrio, había un local donde íbamos los comunistas,
los anarquistas y gente revolucionaria, pero la pasábamos discutiendo y
lo que empezó siendo un espacio donde más de cien personas nos
encontrábamos, acabo cerrado. Mire a los nazis, ahí van, en ese coche,
están dando cosas a gente que lo necesita y luego vendrán a recoger la
cosecha, van a sacar miles de votos agradecidos, la gente no sabe nada,
no entiende nada de política, no le sirve nadie, sólo agradece al que le
da. La semana que viene dicen que empezarán con patrullas armadas en
las esquinas para disuadir a los ladrones y golpear a los drogadictos.
Hay gente que los apoya, es increíble pero es cierto”.
Un
hombre sale de un local de comprar cigarrillos en una máquina, asiente
con la cabeza el final de la intervención de mi interlocutor. Apostilla,
“acá van a presentar (se refiere a un grupo fascista) a un candidato a
Concejal que estuvo preso seis meses por matar a un emigrante, de
Etiopía creo que era, le dio como cien patadas en la cabeza mientras le
gritaba comunista maricón negro. No hay memoria, es increíble que la
gente lo vote ahora”.
El
barrio se cae a pedazos, se ha generalizado el robo de los cables con
cobre porque tienen buen precio en el mercado negro, pero eso deja sin
luz a las casas, la gente llama una y otra vez a las autoridades
municipales, a la empresa que explota el servicio de luz y nada de nada,
pero luego aparece como si fueran supermanes un escuadrón fascista con
escaleras y cables y les pone la luz, la gente aplaude desde las
ventanas y repite las consignas neonazis con el saludo del brazo
extendido y todo. Dicen que ellos mismos están detrás de los robos de
cobre pero la gente no lo cree, prefiere pensar que son emigrantes
africanos y rumanos.
En
otras zonas han acondicionado tiendas para vender fruta, verdura y
luego colocan a personas desempleadas; funcionan como la mafia, los
fascistas se quedan con lo recaudado pero llevan un pedido de carnes y
cosas de limpieza a la casa del trabajador semicontratado en su local.
Vuelvo a preguntar por el paradero de la izquierda, una mujer feminista,
vieja militante del barrio, se me encoge de hombros, “ni está, ni se le
espera”, me dice antes de darse la vuelta y confesarme que va a tener
que dejar el barrio tras 32 años de militancia social porque la han
amenazado de muerte, y anda mayor para seguir dando la pelea. Cuando
camina treinta metros, vuelve al lugar y dice. “La izquierda debe andar
discutiendo en qué Internacional se perdió y en a quién pone de
candidato a algo”.
Abandono
el barrio, al llegar al coche que dejé junto a una parada donde ya no
llega el bus, un joven con un claro perfil ultraderechista sazonado con
un tatuaje de la SS en el hombro, me pregunta si pienso volver a la zona
a hacer preguntas.
Jorge López Ave.-
http://www.diariolajuventud.com.uy/
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