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Ante un clima de conflicto
Mirando las últimas noticias tanto en T.V., como en los medios impresos, me he llegado a enterar de una serie de eventos que quizás, si los vemos de manera aislada, pueden no significar mucho pero mirándolos en conjunto, desde la óptica del conflicto –aun pese a las discrepancias políticas— nos regalan un panorama mucho más amplio de una guerra social en curso, de un conflicto que avanza y que parece cada vez más escapar del control del Estado. Comenzando por una nota del jueves pasado –si no me equivoco— cuando un grupo de encapuchados tomó la representación del estado de Michoacán en el Distrito Federal y ocuparon sus oficinas por un buen tiempo; la semana pasada un grupo de aproximadamente 50 personas con capuchas y cohetones cerraron la Avenida Insurgentes, a la altura del parque de La Bombilla, hubo un
enfrentamiento con la policía y fue transmitido en vivo y en directo; una semana antes de todo esto, los noticieros hablaban de los enfrentamientos entre la policía federal y estatal contra los normalistas en varios puntos de Michoacán, quienes desde hace tiempo han llevado a cabo bloqueos y toma de autobuses como estrategia de presión. Las imágenes transmitidas mostraban los enfrentamientos con gases lacrimógenos de un lado y molotovs del otro. Hubo muchos autobuses incendiados. También hubo dos patrullas incendiadas y más de 100 detenidxs, de los cuales quedaron encarceladxs sólo ocho; anteriormente se había dado el reporte de que tres patrullas de la policía fueron incendiadas en diversos puntos de Mexicali, Baja California, al parecer, con cocteles molotov. En septiembre, los noticieros hablaron de las acciones realizadas en el marco de la semana de solidaridad con los presxs de la Guerra Social. En las noticias se tomó nota de algunos comunicados, explícitamente hablando de las acciones –incendios de patrullas, bombas en bancos, ataques con armas de fuego contra la policía, etc.—, que fueron dirigidas en “protesta” por el encarcelamiento de anarquistas en México y otros países. Se dijo también que estas acciones representan una respuesta ante actos considerados “represivos” contra una supuesta red de terrorismo anarquista internacional.
La respuesta, por lo entendido, fue a nivel internacional, lo que representa un indiscutible crecimiento cualitativo de la lucha contra el Poder. Una respuesta necesaria ante las ofensivas de los gobiernos contra los anarquistas, nihilistas, libertarixs, luchadores y rebeldes sociales que, representan de algún modo, un peligro para el Poder y las sociedades basadas en sus normas y valores. Una respuesta en solidaridad antiautoritaria que transmite mucha fuerza, energía y apoyo.
Ahora bien, el gobernador de Michoacán, por lo visto intenta hacer ver que los llamados –por él— “ultra radicales”, no son gente residentes en la entidad, sino que pertenecen a grupos ajenos al estado de Michoacán y a las escuelas normales. Según afirma, son tanto militantes de partidos políticos opositores como integrantes de grupos sociales o bien, que son elementos “ultra radicales” del Distrito Federal o pertenecientes a un grupo denominado “Tenochtitlan” (¿Serán lxs mismos “ultraradicales” de ese inexistente grupo que dicen que atacaron con explosivos las oficinas de la Comisión Federal de Electricidad? —Acciones, dicho sea de paso, que se me imputan— ¿ O querrán ahora sacarse de la manga que son los “radicales” del conflicto oaxaquelo del 2006, quienes se han trasladado a Michoacán para crear un clima de “desestabilidad” en el Estado? A toda costa, el gobierno busca justificar su reacción frente a un conflicto que se le ha “escapado de las manos”.
En lo personal, la lectura que hago de lo que acontece —desde los bombazos hasta las barricadas— es que todas estas formas de confrontación forman parte de un accionar necesario, que refleja el incremento de la conciencia antiautoritaria y de la creciente actitud refractaria, aunque el Poder pretenda presentarnoslo como “fallas del sistema”. En el caso específico de la ciudad de México, todos estos ataques son contra esa supuesta “paz social” que el gobierno socialdemócrata perredista intenta vendernos. Barrios marginales, con
un alto índice de “delincuencia”, según la lógica del Poder tienen que ser barridos, cuando —con todo y nuestra contundente crítica contra la servidumbre voluntaria— tenemos que reconocer que esa gente no hace más que defender su espacio vital y su sustento.
Casualmente, me encuentro en el mismo Juzgado con los 20 chicos detenidos tras los enfrentamientos en el barrio de Tepito[1], justo un día después de mi accidente y al escuchar sus historias me queda en claro que allí no hubo más que una acción de autodefensa ante el despojo cotidiano de sus vidas, una merecida respuesta violenta ante los actos de violencia cometidos día tras día por parte de la policía. Es por eso que, al igual que yo, enfrentan acusaciones de “ataques a la paz pública” y tentativa de homicidio contra policías. Acusaciones que acarrean sentencias de 7 a 47 años de prisión. ¿Qué pretenden? ¿un castigo ejemplar? Sin duda, y guardando las distancias, esto me recuerda los disturbios en los barrios marginales de París en el 2006, bien criticados pero poco comprendidos.
Todos estos momentos de conflicto, ya sea que se traten de acciones politizadas o no, no sólo nos dejan en en claro la inexistencia de ese sistema de supuesto bienestar social, sino además, nos demuestran que si en realidad existiera, igualmente lucharíamos contra él, porque reconocemos que es el Poder el enemigo real de todxs lxs que anhelamos la liberación total.
Pero, pese al inminente estado de control, aún hay quienes no se atemorizan, hay quienes de día o de noche, solos o en colectivo, con fuego, cohetones, bloqueos, explosivos o armas de fuego, dejan en claro que esta no es la vida que queremos que —al menos desde nuestra perspectiva—este sistema debe ser totalmente destruido. Su maldita paz social es un mito que intentan imponernos, sólo existe el conflicto. La paz impuesta por el Estado, es la paz de los sepulcros con la que intentan apagar la lucha antiautoritaria. Estos actos de insurrección, nos dejan claro que es necesario seguir haciendo “algo más que palabras”, que el conflicto se debe extender. Hay que dar el paso de la insurrección “inconsciente” a la insurrección consciente y generalizada, propagar el ataque, levantar más barricadas, destruir la economía, atacar la mercancía, conformar decenas, cientos, miles de grupos de afinidad. Nos queda claro que tenemos que tomar el control
total de nuestras vidas y de nuestros espacios, para lograrlo no hay otra salida que la guerra social.
Esta conflictividad permanente de la que hago hincapié, parte de nuestra individualidad, es un “contra valor” que se erije frente a los valores del sistema y se construye en el día a día de cuestionarnos como individuos y confrontar la realidad concreta, es mantener en pié una crítica desgarradora contra el sistema reapropiándonos de una vez por todas de nuestras vidas. Vivir, ser, estar, relacionarnos de modo diferente, mantenernos en conflicto con todo lo existente, revolucionar cada momento, un ¡Ai ferri corti con la vita! Pero también tenemos que traducir la conflictividad permanente como el ataque constante y despiadado contra el sistema de dominación. Esa tensión hacia la confrontación diaria contra un sistema que intenta
reducirnos a meras mercancías, esa práctica consecuente –al menos para mi—, es mucho más íntegra que la simple “rebeldía” de ocasión, que la protesta pasajera, que la pose revolucionaria. Son los momentos de conflictividad los que cargan de expresión y de sentido nuestras vidas.
Esa conflictividad permanente, jamás podrá ser asimilada por el sistema de dominación, mucho menos podrá ser recuperada en la ciclica reconstrucción del Poder, porque es el andamiaje natural de la Anarquía. El Estado, desde que nacemos, expropia nuestras vidas y con ello, también nos expropia nuestra capacidad crítica y nuestro natural recurso a la auto-defensa, haciendo de la violencia un monopolio para uso exclusivo del Poder, para que cuando lxs excluídxs y autoexcluídxs la empleen, llamerla “terrorismo”. La acción antisistémica, el ataque antiautoritario, el conflicto permanente, dejan en claro que la violencia también es revolucionaria, y que tiene necesariamente que ser utilizada a la hora de plantar cara a la violencia del Estado.
Compañerxs, hermanxs afines, aquí dentro de la cárcel —un tanto limitado—, no tengo otra manera de contribuir a la lucha anárquica que incitando a la agitación, en ese sentido, van dirigidas muchas de mis cartas, notas y comunicados.
Por el momento, no tengo más que agregar salvo un enorme saludo de fuerza y solidaridad a todxs lxs compañerxs anarquistas prisionerxs en México y en el resto del mundo. Un fuerte abrazo y una coordial invitación a seguir adelante, ni un paso atrás. ¡Agitación!
¡Por la Anarquía!
¡por la extensión del conflicto cotidiano!
¡Por la insurrección individual!
¡Por la insurrección generalizada!
¡Ni un milímetro atrás… 9 milímetros en las cabezas del Poder!
¡Guerra social en todos los frentes!
Con amor y anarquía
Mario Antonio López Hernández
Preso anarquista
Reclusorio Preventivo Sur, Centro de Observación y Clasificación,
Xochimilco, Ciudad de México
29 de octubre de 2012.
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[1] Enfrentamiento entre policías y residentes del Barrio de Tepito,
ver enlace relacionado.
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