Desde hace casi cincuenta años, el
movimiento obrero revolucionario italiano ha caído en una situación de
ilegalidad o de semilegalidad. La libertad de prensa, el derecho de
reunión, de asociación, de propaganda, han sido prácticamente
suprimidos. La formación de los cuadros dirigentes del proletariado no
puede realizarse, pues, por la vía y con los métodos que eran
tradicionales en Italia hasta 1921. Los elementos obreros más activos
son perseguidos, son controlados en todos sus movimientos, en todas sus
lecturas; las bibliotecas obreras han sido incendiadas o eliminadas de
otra manera; las grandes organizaciones y las grandes acciones de masa
ya no existen o no pueden organizarse. Los militantes no participan
plenamente o sólo en medida muy limitada en las discusiones y en el
contraste de ideas; la vida aislada o las reuniones irregulares de
pequeños grupos clandestinos, el hábito que puede crearse en una vida
política que en otros tiempos parecía excepción, suscitan sentimientos,
estados de ánimo, puntos de vista que son con frecuencia erróneos e
incluso a veces morbosos.
Los nuevos miembros que el Partido gana
en tal situación, evidentemente hombres sinceros y de vigorosa fe
revolucionaria, no pueden ser educados en nuestros métodos de amplia
actividad, de amplias discusiones, del control recíproco que es propio
de los periodos de democracia y de legalidad. Se anuncia así un periodo
muy grave: la masa del Partido habituándose, en la ilegalidad, a no
pensar en otra cosa que en los medios necesarios para escapar al
enemigo, habituándose a ver posible y organizable inmediatamente sólo
acciones de pequeños grupos, viendo cómo los dominadores aparentemente
habían vencido y conservan el poder con el empleo de minorías armadas y
encuadradas militarmente, se aleja insensiblemente de la concepción
marxista de la actividad revolucionaria del proletariado, y mientras
parece radicalizarse por el hecho de que a menudo se anuncian propósitos
extremistas y frases sanguinolentas, en realidad se hace incapaz de
vencer al enemigo. La historia de la clase obrera, especialmente en la
época que atravesamos, muestra cómo este peligro no es imaginario. La
recuperación de los partidos revolucionarios, tras un periodo de
ilegalidad, se caracteriza con frecuencia por un irrefrenable impulso a
la acción, por la ausencia de toda consideración de las relaciones
reales de las fuerzas sociales, por el estado de ánimo de las grandes
masas obreras y campesinas, por las condiciones del armamento, etc. Así,
a menudo ha ocurrido que el Partido revolucionario se ha hecho
destrozar por la reacción aún no disgregada y cuyas reservas no habían
sido debidamente justipreciadas, entre la indiferencia y la pasividad de
las amplias masas, que, después de todo periodo reaccionario, se
vuelven muy prudentes y son fácilmente presa del pánico cada vez que se
amenaza con la vuelta a la situación de la que acaban de salir.
Es difícil, en líneas generales, que
tales errores no se cometan; por eso, el Partido tiene que preocuparse
de ello y desarrollar una determinada actividad que especialmente tienda
a mejorar su organización, a elevar el nivel intelectual de los
miembros que se encuentren en sus filas en el periodo del terror blanco y
que están destinados a convertirse en el núcleo central y más
resistente a toda prueba y a todo sacrificio del Partido, que guiará la
revolución y administrará al Estado proletario.
El problema aparece así más amplio y
complejo. La recuperación del movimiento revolucionario y especialmente
su victoria, lanzan hacia el Partido una gran masa de nuevos elementos.
Estos no pueden ser rechazados, especialmente si son de origen
proletario, ya que precisamente su adhesión es uno de los signos más
reveladores de la revolución que se está realizando; pero el problema
que se plantea es el de impedir que el núcleo central del Partido sea
sumergido y disgregado por la nueva arrolladora ola. Todos recordamos lo
que ha ocurrido en Italia, después de la guerra, en el Partido
Socialista. El núcleo central, constituido por camaradas fieles a la
causa durante el cataclismo, se restringe hasta reducirse a unos 16.000.
En el Congreso de Liorna estaban representados 220.000 miembros, es
decir, que existían en el Partido 200.000 adherentes después de la
guerra, sin preparación política, ayunos o casi de toda noción de
doctrina marxista, fácil presa de los pequeños burgueses declamadores y
fanfarrones que constituyeron en los años 1919-1920 el fenómeno del
maximalismo. No carece de significado que el actual jefe del Partido
Socialista y director de Avanti sea el propio Pietro Nenni, entrado en
el Partido Socialista después de Liorna, pero que resume y sintetiza en
sí mismo toda la debilidad ideológica y el carácter distintivo del
maximalismo de la posguerra. Sería realmente delictivo que en el Partido
Comunista se verificase con respecto al periodo fascista lo que ha
ocurrido en el Partido Socialista respecto al periodo de la guerra; pero
esto sería inevitable, si nuestro Partido no tuviera una línea a seguir
también en este terreno, si no procurase a tiempo reforzar ideológica y
políticamente sus actuales cuadros y sus actuales miembros, para
hacerlos capaces de contener y encuadrar masas aún más amplias sin que
la organización sufra demasiadas sacudidas y sin que la figura del
Partido sea cambiada.
Hemos planteado el problema en sus
términos prácticos más inmediatos. Pero tiene una base que es superior a
toda contingencia inmediata.
Nosotros
sabemos que la lucha del proletariado contra el capitalismo se
desenvuelve en tres frentes: el económico, el político y el ideológico.
La lucha económica tiene tres fases: de resistencia contra el
capitalismo, esto es, la fase sindical elemental; de ofensiva contra el
capitalismo para el control obrero de la producción; de lucha para la
eliminación del capitalismo a través de la socialización. También la
lucha política tiene tres fases principales: lucha para contener el
poder de la burguesía en el Estado parlamentario, es decir, para
mantener o crear una situación democrática de equilibrio entre las
clases que permita al proletariado organizarse y desarrollarse; lucha
por la conquista del poder y por la creación del Estado obrero, es
decir, una acción política compleja a través de la cual el proletariado
moviliza en torno a sí todas las fuerzas sociales anticapitalistas (en
primer lugar la clase campesina), y las conduce a la victoria; fase de
la dictadura del proletariado organizado en clase dominante para
eliminar todos los obstáculos técnicos y sociales, que se interpongan a
la realización del comunismo.
La lucha económica no puede separarse de la lucha política, y ni la una ni la otra pueden ser separadas de la lucha ideológica.
En su primera fase sindical, la lucha
económica es espontánea, es decir, nace ineluctablemente de la misma
situación en la que el proletariado se encuentra en el régimen burgués,
pero no es por sí misma revolucionaria, es decir, no lleva
necesariamente al derrocamiento del capitalismo, como han sostenido y
continúan sosteniendo con menor éxito los sindicalistas. Tanto es
verdad, que los reformistas y hasta los fascistas admiten la lucha
sindical elemental, y más bien sostienen que el proletariado como clase
no debiera realizar otra lucha que la sindical. Los reformistas se
diferencian de los fascistas solamente en cuanto sostienen que si no el
proletariado como clase, al menos los proletarios como individuos,
ciudadanos, deben luchar también por la democracia burguesa; en otras
palabras, luchar sólo para mantener o crear las condiciones políticas de
la pura lucha de resistencia sindical.
Puesto que la lucha sindical se vuelve
un factor revolucionario, es menester que el proletariado la acompañe
con la lucha política, es decir, que el proletariado tenga conciencia de
ser el protagonista de una lucha general que envuelve todas las
cuestiones más vitales de la organización social, es decir, que tenga
conciencia de luchar por el socialismo. El elemento “espontaneidad” no
es suficiente para la lucha revolucionaria, pues nunca lleva a la clase
obrera más allá de los límites de la democracia burguesa existente. Es
necesario el elemento conciencia, el elemento “ideológico”, es decir, la
comprensión de las condiciones en que se lucha, de las relaciones
sociales en que vive el obrero, de las tendencias fundamentales que
operan en el sistema de estas relaciones, del proceso de desarrollo que
sufre la sociedad por la existencia en su seno de antagonismos
irreductibles, etcétera.
Los tres frentes de la lucha proletaria
se reducen a uno sólo, para el Partido de la clase obrera, que lo es
precisamente porque asume y representa todas las exigencias de la lucha
general. Ciertamente, no se puede pedir a todo obrero de la masa tener
una completa conciencia de toda la compleja función que su clase está
resuelta a desarrollar en el proceso de desarrollo de la humanidad, pues
eso hay que pedírselo a los miembros del Partido. No se puede proponer,
antes de la conquista del Estado, modificar completamente la conciencia
de toda la clase obrera; sería utópico, porque la conciencia de la
clase como tal se modifica solamente cuando ha sido modificado el modo
de vivir de la propia clase, esto es, cuando el proletariado se
convierta en clase dominante, tenga a su disposición el aparato de
producción y de cambio y el poder estatal. Pero el Partido puede y debe
en su conjunto representar esta conciencia superior; de otro modo, aquel
no estaría a la cabeza, sino a la cola de las masas, no las guiaría,
sino que sería arrastrado. Por ello, el Partido debe asimilar el
marxismo y debe asimilarlo en su forma actual, como leninismo.
La actividad teórica, la lucha en el
frente ideológico, se ha descuidado siempre en el movimiento obrero
italiano. En Italia, el marxismo (por influjo de Antonio Labriola) ha
sido más estudiado por los intelectuales burgueses para desnaturalizarlo
y adecuarlo al uso de la política burguesa, que por los
revolucionarios. Así hemos visto en el Partido Socialista Italiano
convivir juntas pacíficamente las tendencias más dispares, hemos visto
como opiniones oficiales del Partido las concepciones más
contradictorias. Nunca imaginó la dirección del Partido que para luchar
contra la ideología burguesa, para liberar a las masas de la influencia
del capitalismo, fuera menester ante todo difundir en el Partido mismo
la doctrina marxista y defenderla de toda contrafracción. Esta tradición
por lo menos no ha sido interrumpida de modo sistemático y con una
notable actividad continuada.
Se dice, sin embargo, que el marxismo ha
tenido mucha suerte en Italia y en cierto sentido esto es cierto. Pero
también es cierto que tal fortuna no ha ayudado al proletariado, no ha
servido para crear nuevos medios de lucha, no ha sido un fenómeno
revolucionario. El marxismo, o algunas afirmaciones separadas de los
escritos de Marx, ha servido a la burguesía italiana para demostrar que
por la necesidad de su desarrollo era necesario prescindir de la
democracia, era necesario pisotear las leyes, era necesario reírse de la
libertad y de la justicia; es decir, se ha llamado marxismo, por los
filósofos de la burguesía italiana, la comprobación que Marx ha hecho de
los sistemas que la burguesía empleará, sin necesidad de recurrir a
justificaciones… marxistas, en su lucha contra los trabajadores. Y los
reformistas, para corregir esta interpretación fraudulenta, se han hecho
democráticos, se han convertido en los turiferarios de todos los santos
consagrados del capitalismo. Los teóricos de la burguesía italiana han
tenido la habilidad de crear el concepto de la “nación proletaria” y que
la concepción de Marx debía aplicarse a la lucha de Italia contra los
otros Estados capitalistas, no a la lucha del proletariado italiano
contra el capitalismo italiano; los “marxistas” del Partido Socialista
han dejado pasar sin lucha estas aberraciones, que fueron aceptadas por
uno, Enrico Ferri, que pasaba por un gran teórico del socialismo. Esta
fue la fortuna del marxismo en Italia: que sirvió de perejil para todas
las indigestas salsas que los más imprudentes aventureros de la pluma
han querido poner en venta. Marxistas de esta guisa han sido Enrico
Ferri, Guillermo Ferrero, Achille Loria, Paolo Orano, Benito Mussolini…
Para luchar contra la confusión que se
ha creado de esta manera, es necesario que el Partido intensifique y
haga sistemática su actividad en el campo ideológico, que se imponga
como un deber de los militantes el conocimiento de la doctrina del
marxismo-leninismo, al menos en sus términos más generales.
Nuestro Partido no es un partido
democrático, al menos en el sentido vulgar que comúnmente se da a esta
palabra. Es un Partido centralizado nacional e internacionalmente. En el
campo internacional, nuestro Partido es una simple sección de un
partido más grande, de un partido mundial. ¿Qué repercusiones puede
tener y ya ha tenido este tipo de organización, que también es una
necesidad de la revolución? La propia Italia se da una respuesta a esta
pregunta. Por reacción a la costumbre establecida por el Partido
Socialista, en el que se discutía mucho y se resolvía poco, cuya unidad
por el choque continuo de las fracciones, de las tendencias y con
frecuencia de las camarillas personales se rompía en una infinidad de
fragmentos desunidos, en nuestro Partido se había terminado con no
discutir ya nada. La centralización, la unidad de dirección y unidad de
concepción se había convertido en un estancamiento intelectual. A ello
contribuyó la necesidad de la lucha incesante contra el fascismo, que
verdaderamente desde la fundación de nuestro Partido había ya pasado a
su fase activa y ofensiva, pero contribuyeron también las erróneas
concepciones del Partido, tal como son expuestas en las “Tesis sobre la
táctica” presentadas al Congreso de Roma. La centralización y la unidad
se concebían de modo demasiado mecánico: El Comité Central, y más bien
el Comité Ejecutivo era todo el Partido, en lugar de representarlo y
dirigirlo. Si esta concepción fuera permanentemente aplicada, el Partido
perdería su carácter distintivo político y se convertiría, en el mejor
de los casos, en un ejército (y un ejército de tipo burgués); perdería
lo que es su fuerza de atracción, se separaría de las masas. Para que el
Partido viva y esté en contacto con las masas, es menester que todo
miembro del Partido sea un elemento político activo, sea un dirigente.
Precisamente para que el Partido sea fuertemente centralizado, se exige
un gran trabajo de propaganda y de agitación en sus filas, es necesario
que el Partido, de manera organizada, eduque a sus militantes y eleve su
nivel ideológico. Centralización quiere decir especialmente que en
cualquier situación, incluso en estado de sitio reforzado, incluso
cuando los comités dirigentes no pueden funcionar por un determinado
periodo o fueran puestos en condiciones de no estar relacionados con
toda la periferia, todos los miembros del Partido, cada uno en su
ambiente, se hallen en situación de orientarse, de saber extraer de la
realidad los elementos para establecer una orientación, a fin de que la
clase obrera no se desmoralice sino que sienta que es guiada y que puede
aún luchar. La preparación ideológica de la masa es, por consiguiente,
una necesidad de la lucha revolucionaria, es una de las condiciones
indispensables para la victoria.
Escrito: En mayo de 1925.
Primera Edición: Aparecido en “Lo Stato Operaio” de Marzo-abril de 1931.
Digitalización: Aritz, setiembre de 2000.
Edición Digital: Marxists Internet Archive, 2000.
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