Anticapitalistas en la Otra

Anticapitalistas en la Sexta es un espacio de discusión y organización política de carácter anticapitalista e internacionalista, que busca enlazar las luchas y fortalecer la unidad de las y los trabajadoras de la Ciudad, el Campo, el Mar y el Aire, y del resto de l@s explotad@s por el sistema capitalista para avanzar en la construcción de un Programa Nacional de Lucha y su Plan de Insurrección. Como segundo propósito buscamos difundir las luchas, denuncias y actividades de los adherentes a La Sexta en el país y el mundo, y también de todos aquellos que que sin ser parte de La Sexta se encuentren abajo y a la izquierda.

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Video del mes: Palabras del mes: Es preciso no olvidar que en virtud y por efecto de la solidaridad del proletariado, la emancipación del obrero no puede lograrse si no se realiza a la vez la liberación del campesino. De no ser así, la burguesía podría poner estas dos fuerzas, la una frente a la otra, y aprovecharse, por ejemplo, de la ignorancia de los campesinos para combatir y refrenar los justos impulsos de los trabajadores citadinos; del mismo modo que, si el caso se ofrece, podrá utilizar a los obreros poco conscientes y lanzarlos contra sus hermanos del campo. CARTA DE EMILIANO ZAPATA A GENARO AMEZCUA Tlaltizapán, Febrero 14, 1918

Firma en contra de la reactivación del proyecto de despojo en Atenco

sábado, 11 de diciembre de 2010

La Jornada: Immanuel Wallerstein, ¿Nos ponemos a discutir la pobreza?

¿Nos ponemos a discutir la pobreza?
Immanuel Wallerstein
Durante los 15 o 20 años en que el Consenso de Washington dominó el discurso del sistema-mundo (circa 1975-1995), la pobreza fue una palabra tabú, aun cuando se incrementaba a saltos y zancadas. Se nos dijo que lo único que importaba era el crecimiento económico, y que el único camino al crecimiento económico era dejar que el mercado prevaleciera sin interferencia estatista alguna –excepto, por supuesto, aquella del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Tesoro estadunidense.
La señora Thatcher de Gran Bretaña nos legó su famosa consigna TINA There Is No Alternative [no hay alternativa], con la que quería decirnos que no había alternativa para ningún Estado que no fuera Estados Unidos y, supongo, el Reino Unido. Los países del sur, sumidos en tinieblas, únicamente tenían que abandonar sus ingenuas pretensiones de controlar su propio destino. Si lo hacían, entonces podrían algún día (pero quién podría decir cuándo) ser recompensados con crecimiento. Si no lo hacían, estarían condenados a –¿me atrevo a decirlo?– la pobreza.
Hace mucho que terminaron los días de gloria del Consenso de Washington. Las cosas no mejoraron para la mayoría de la gente del Sur global –muy por el contrario– y la rebelión estaba en el aire. Los neozapatistas se levantaron en Chiapas en 1994. Los movimientos sociales le pusieron un alto a la reunión de la Organización Mundial de Comercio en Seattle, en 1999 (de la cual nunca se ha recuperado). Y el Foro Social Mundial comenzó su vida expansiva en Porto Alegre en 2001.
Cuando la así llamada crisis financiera asiática estalló en 1997, ocasionando vastos daños económicos en el este y el sudeste asiático, que se expandieron a Rusia, Brasil y Argentina, el FMI se sacó del bolsillo una serie de trilladas demandas para estos países, si querían alguna ayuda. Malasia tuvo el valor de decir no gracias, y Malasia fue la más pronta en recuperarse. Argentina fue aún más audaz y ofreció pagar sus deudas a más o menos 30 centavos por dólar (o nada).
Indonesia, sin embargo, se volvió a enganchar y pronto lo que parecía una muy estable y duradera dictadura de Suharto llegó a su fin debido a un levantamiento popular. En el momento, nadie excepto Henry Kissinger, ni más ni menos, le rugió al FMI, diciendo, en efecto ¿qué tan estúpido se puede ser? Era más importante para el capitalismo mundial y Estados Unidos mantener a un dictador amistoso en el poder en Indonesia que hacer que un país siguiera las reglas del Consenso de Washington. En un famoso editorial abierto, Kissinger dijo que el FMI actuaba como un doctor especialista en sarampión que intenta curar todas las enfermedades con un solo remedio.
Primero el Banco Mundial y luego el FMI aprendieron su lección. Forzar a los gobiernos a aceptar como política sus fórmulas neoliberales (y como precio por la asistencia financiera cuando sus presupuestos estatales están en desbalance) puede tener nefastas consecuencias políticas. Resulta que después de todo hay alternativas: el pueblo puede rebelarse.
Cuando la siguiente burbuja reventó y el mundo entró en lo que hoy se refiere como la crisis financiera de 2007 o 2008, el FMI se sintonizó más con las desagradables masas que no conocen su sitio. Y alabado sea, el FMI descubrió la pobreza. No sólo descubrieron la pobreza, sino que decidieron proporcionar programas para reducir el monto de pobreza en el Sur global. Vale la pena entender su lógica.
El FMI publica una elegante revista trimestral llamada Finance & Development. No está escrita para economistas profesionales sino para el público más amplio de diseñadores de políticas, periodistas y empresarios. El número de septiembre de 2010 incluye un artículo de Rodney Ramcharan cuyo título lo dice todo: La desigualdad es insostenible.
Rodney Ramcharan es un economista de alto rango en el departamento africano del FMI. Nos dice –la nueva línea del FMI– que las políticas económicas que simplemente se enfocan en las tasas de crecimiento promedio pueden ser peligrosamente ingenuas. En el Sur global una alta desigualdad puede limitar las inversiones en capital humano y físico que impulsen crecimiento, incrementando los llamados en favor de una retribución posiblemente ineficiente. Pero lo peor es que una gran desigualdad le da a los ricos mayor voz que a la mayoría, menos homogénea. Esto a su vez puede sesgar aún más la distribución del ingreso y osificar el sistema político, lo que conduce en el largo plazo a consecuencias políticas y económicas todavía más graves.
Parece que el FMI finalmente escuchó a Kissinger. Tienen que preocuparse tanto por las masas sin lavar en los países de gran desigualdad, como por sus elites, que también retrasan el progreso porque quieren mantener su control sobre la mano de obra no calificada.
¿Se ha vuelto el FMI repentinamente la voz de la izquierda mundial? No seamos tontos. Lo que quiere el FMI, al igual que los capitalistas más sofisticados del mundo, es un sistema más estable donde sus intereses de mercado prevalezcan. Esto requiere torcerle el brazo a las elites del Sur global (y aun del Norte global) para que renuncien a unas pocas de sus mal habidas ganancias en aras de programas de pobreza que apaciguarán lo suficiente a los pobres, siempre en expansión, y calmarán sus pensamientos de rebelión.
Puede ser demasiado tarde para que esta nueva estrategia funcione. Las caóticas fluctuaciones son muy grandes. Y la insostenible desigualdad crece diario. Pero el FMI y aquéllos cuyos intereses representa no van a dejar de intentarlo.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein

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