Anticapitalistas en la Otra

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Firma en contra de la reactivación del proyecto de despojo en Atenco

lunes, 24 de enero de 2011

Túnez, después de la caída revolucionaria de Ben Ali

Túnez,
después de la caída revolucionaria de Ben Ali x Ciro Tappeste    ::   

El nuevo gobierno continuista intenta asegurar una transición que pueda salvaguardar los intereses de la burguesía tunecina y sobre todo de los imperialistas
El impacto de la primera caída revolucionaria de un dictador en este siglo en el mundo árabe no sólo ha llegado a Magreb y Oriente Próximo sino que todos los gobiernos europeos están hoy en día preocupadísimos por la evolución de la situación. El proceso que llevó a la caída de Ben Ali viene de lejos. Se trata de la expresión tunecina de una bronca popular acumulada y agudizada por los efectos de la crisis económica mundial en la periferia semicolonial contra los regímenes surgidos de los procesos independentistas. Éstos dejaron, hace décadas ya, de apoyarse en una vaga retórica nacionalista o invocar el socialismo árabe para pasarse con armas y bagajes a ser los mejores sirvientes del imperialismo y de su ofensiva neoliberal y privatizadora de las últimas décadas, con todo lo que esto implica en términos de miseria y opresión para las clases subalternas.
Hasta el final los países imperialistas apoyaron a uno de los regímenes más sanguinarios y dictatoriales, aunque con fachada democrática, de la región.
El proceso en Túnez acaba de asestar un duro golpe a todos los autócratas de Magreb y Medio Oriente amigos del imperialismo, algunos en el poder desde hace más de dos o tres décadas. Son pocos los que, como Gadafi, se atrevieron a declaraciones tan reaccionarias como “Ben Ali es el presidente legal de Túnez”. La mayoría de los gobiernos intenta prohibir las manifestaciones de solidaridad con el proceso revolucionario tunecino, como es el caso del Marruecos de Mohamed VI, o trata de marginalizarlas lo más posible. Decenas de activistas, pese al clima reaccionario que reina en Egipto, marcado por la instrumentalización de las tensiones interreligiosas, lograron concentrarse frente a la embajada de Túnez en Cairo, gritando “¡Ben Ali, pasa a recoger a Murabak (presidente de Egipto) para llevártelo al exilio!”.
En Yemen, otro país paralizado por una solapada guerra civil entre distintas fracciones de la burguesía y blanco de operaciones aéreas estadounidenses en nombre de la guerra contra el terrorismo, más de mil estudiantes de la universidad de Saná, la capital, manifestaron, llamando los pueblos árabes a seguir el ejemplo tunecino. Lo más importante desde el punto de vista de la situación mundial tal vez sea que la caída de Ben Ali representó sobre todo un golpe durísimo para los imperialistas, más particularmente la ex potencia colonial, Francia. Con Ben Ali acaba de caer uno de los aliados claves de París en Magreb, a la vez gendarme regional y garante durante más de veinte años de las pingües ganancias y jugosos negocios.
Las raíces de la caída de Ben Ali
El proceso tunecino no es un caso aislado, aunque sí el más acabado hasta ahora, en una región en plena ebullición. En los últimos años se sucedieron una serie de revueltas populares o a veces procesos huelguísticos que empezaron a marcar un punto de inflexión en la situación regional, como en Egipto y Argelia. Tanto en el caso argelino como egipcio, se trataba de la expresión de una bronca hacia las pésimas y cada vez peores condiciones de vida y de trabajo, el incremento del precio de los bienes de primera necesidad, la ausencia de libertades en países dominados por una casta enquistada en el poder a través de partidos monolíticos. Estos son los mismos ingredientes que hicieron estallar la crisis tunecina.
Estos elementos ya habían estado presentes durante el proceso de lucha que había sacudido la cuenca minera de Gafsa, en Túnez en 2008, cuando miles de jóvenes desocupados de la ciudad de Redeyef, con el apoyo de los trabajadores y de sectores opositores y combativos de la central única, la Unión General de Trabajadores de Túnez (UGTT), habían protagonizado una revuelta ahogada en sangre por pan, libertad y trabajo. A diferencia de los procesos argelinos y egipcios, esta vez el proceso tunecino de diciembre y enero no quedó circunscripto solo a un sector o región sino que se extendió a todo el país. Contó, por otra parte, con la participación de sectores clave del proletariado tunecino, tanto del sector público como de la industria y del sector terciario (dominado en buena parte por multinacionales que deslocalizaron su producción y servicios). En fin, logró quebrar el consenso existente entre la clase dominante, forzando la renuncia de un autócrata sanguinario que parecía haberse convertido en presidente vitalicio de Túnez, apoyado en una clientela de mafiosos y policías que actuaban como socios menores de la expoliación planificada del país operada por los imperialismos.
La caída de Ben Ali deja un vacío de poder que las “palomas” del RCD, el ejército y sectores de la oposición burguesa con el sostén del imperialismo intentan llenar para evitar que la situación degenere aun más, en pos de proponer a mediano plazo una estabilización definitiva de la situación. Lejos de cerrarse sin embargo, el proceso sigue abierto después de la huida de Ben Ali.
El gobierno fantoche de Ghannouchi, entre continuidad y reformas cosméticas
Por más que el número de manifestantes en la capital entre el 18 y el 19 de enero haya disminuido, que los saqueos cesaron y que los medios intentan insistir en una progresiva vuelta a la normalidad en las calles de Túnez, la crisis aguda que vive el país está lejos de haberse cerrado. A nivel político, desplazaron a los duros del antiguo régimen para dejar espacio a las supuestas “palomas” del RCD, políticos menos implicados en la represión, los crímenes y las prácticas mafiosas del clan Ben Ali. Asumió como presidente Fouad Mebazaa, ex presidente del Parlamento, que a su vez nombró como Primer Ministro al ex Premier de Ben Ali, Mohamed Ghannouchi, anunciando elecciones en un plazo de seis meses (y no dos, como lo prevé la misma Constitución). Se trata de un gobierno continuista que intenta, a través de algunos retoques y cambios, mantener una estructura capaz de asegurar una transición que pueda salvaguardar los intereses de la burguesía tunecina y sobre todo de los negocios de los imperialistas.
Para reforzar el aspecto de cambio de fachada el Premier abrió su gobierno a fuerzas de la “ex oposición a su majestad” y a personalidades reconocidas. Los principales ministerios, luego de la proclamación del nuevo gabinete el 17 de enero, siguen en mano de los hombres de confianza del RCD pero Ghannouchi reservó algunos puestos a la oposición, apostando a que bastara como para darle una imagen renovadora al nuevo poder. Es la razón por la cual el gabinete proclamado el lunes 17/1 estuvo en un primer momento integrado por cuatro partidos moderados y social demócratas, entre los cuales el ex PC tunecino, Ettajdid, el Foro Democrático por el Trabajo y las Libertades de Mustafa Ben Jaafar y sobre todo tres ministros de la UGTT.
No pasaron 24 horas antes de que saltara todo el acuerdo ante la presión de la calle y de la oposición aún ilegal (el moderado Congreso por la República del histórico opositor Moncef Marzuki, el Partido Comunista Obrero de Túnez (PCOT) de Hamma Hammami y el islamista Ennahda). Marzuki junto con otros sectores de la oposición burguesa como el gremio de los abogados exige la constitución de un gobierno de salvación pública sin el RCD y la disolución del ex partido de Ben Ali. No bastaron la desafiliación del Presidente y del Premier de la dirección del ex partido de Ben Ali para calmar los ánimos y frente a la presión de las bases de la UGTT los tres dirigentes sindicales y Ben Jafaar dimitieron.
A pesar del anuncio de la liberación de 1.800 presos políticos, el procesamiento de Ben Ali por corrupción y la disolución del ex ministerio de la Información, encargado de la censura, el 19/1 se realizaron nuevas manifestaciones en la capital, Regueb, Kasserine y otras ciudades con asaltos a sedes del RCD. “Queremos un nuevo Parlamento, una nueva Constitución, una nueva República” coreaban en la avenida Burguiba los manifestantes, “nos sacamos de encima el dictador pero aún no la dictadura”.
La principal carta del grueso de la burguesía tunecina (el nuevo gobierno, el Ejército, más la oposición moderada) y del imperialismo consiste hoy en día en apostar a una “transición política a la democracia”, es decir una contrarrevolución democrática en la que poner a salvo lo esencial del capitalismo tunecino y los “acuerdos de expoliación” con el imperialismo. Sin embargo lo burdo de las primeras intentonas de “democratización cosmética” hace que el movimiento de masas mantenga un rechazo frontal al gobierno de Unidad nacional de Ghannouchi y al mantenimiento del ex partido de Ben Ali.
Reconciliación con los verdugos de la dictadura
La ex oposición legal (Ettajdid, Movimiento de los Demócratas Socialistas, etc.) defienden el diálogo y el gobierno de unidad nacional que buscará la reconciliación con los verdugos de la dictadura, que dejará intactos los acuerdos de sumisión de Túnez al imperialismo y que no resolverá ninguno de los problemas de desocupación, carestía y miseria que padecen los trabajadores y el pueblo de Túnez. Otros partidos como el de Marzuki o el islamista Ennahda defienden fundamentalmente la misma estrategia, aunque radicalizando sus propuestas exigiendo la constitución de un gobierno de unidad basado en la exclusión del RCD y la convocatoria de Constituyente dejando en pie por ahora todo lo que permanece del régimen benalista.
Es necesario plantear que la única salida verdadera y auténticamente democrática para Túnez, en ruptura con las “palomas” del RCD o de la oposición burguesa laica o musulmana pasa por la convocatoria de una Asamblea Constituyente capaz de rediscutir de las bases mismas del país sobre las ruinas del régimen benalista y los acuerdos de sumisión imperialista a Francia y la UE.
Después de haber mantenido durante décadas un criminal diálogo con Ben Ali, la dirección de la UGTT defiende la perspectiva de un acuerdo con un gobierno burgués de unidad nacional que estaría dispuesto a llevar a cabo una reforma cosmética del régimen un poco más radical de lo que está proponiendo hasta ahora Ghannouchi que sabe que la segunda carta de un gobierno interino, además del ejército, sería la central sindical. A este camino es necesario oponer la necesidad de terminar con toda aquella burocracia sindical que sigue a la cabeza de la central, que negoció la explotación y la opresión de la clase obrera y del pueblo con la sangre de los opositores, vendiéndolos a la policía y a los aparatos de seguridad.
PTS / Extractado por La Haine
Enviado por Amarelle

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