Martínez Luna reflexiona acerca de la etnocida empresa colonial, cuyo monarca ordenó callar a todo un continente a partir de la supuesta superioridad de una civilización que
lo único que le distinguía era su sed de oro. El
por qué no te callasde hace siglos, revivido por el rey de la España contemporánea en prepotente interpelación dirigida a Hugo Chávez, puede responderse muy fácilmente –afirma nuestro autor–
porque estamos vivos(...)
América originaria y la que ha surgido de la conquista ha dejado de ser súbdita, como tal expresa en su lenguaje lo que considera pertinente.
Esa pertinencia lleva a una crítica a las raíces de la conquista a partir de la dignificación del pensamiento de los pueblos originarios, de su energía, conocimiento, redescubrimiento e incluso reinvención.
Somos comunalidad, lo opuesto a la individualidad, somos territorio comunal, no propiedad privada; somos compartencia, no competencia; somos politeísmo, no monoteísmo. Somos intercambio, no negocio; diversidad, no igualdad, aunque a nombre de la igualdad también se nos oprima. Somos interdependientes, no libres. Tenemos autoridades, no monarcas. Así como las fuerzas imperiales se han basado en el derecho y en la violencia para someternos, en el derecho y en la concordia nos basamos para replicar, para anunciar lo que queremos y de-seamos ser.
En su argumentación, que suma resistencia y existencia, Martínez Luna critica el raciocinio colonial, incluso antropológico y literario, que ha interpretado el pensamiento indígena. No obstante, el autor no cae en un maniqueísmo dicotómico.
Es consciente de que el pensamiento actual de los pueblos indígenas es producto de la contradicción entre lo originario y lo impuesto: “en el violento cruzamiento de dos civilizaciones podremos encontrar la explicación del comportamiento actual de nuestros coterráneos… nuestras comunidades no son puras, precisamente porque somos resultado permanente de presiones externas y energías internas que nos plantean una situación nueva cada vez”.
Un aspecto central de la imposición de los valores coloniales es el sentido del poder, del poder de un hombre sobre otro. La sumisión a un dios, a un maestro, a un corregidor, a un virrey, a un rey. Es decir, entender que siempre tienes a otro hombre que es superior a ti, a quien le debes obediencia, no sólo respeto, sino sumisión. El poder lo vemos y lo sentimos ahora en el padre de familia, en el maestro de escuela, en el cura, en el diputado, en el funcionario, en el senador, en el presidente de la república, etcétera.
Quizás en ningún momento de nuestra historia los pueblos indígenas habíamos tenido una coyuntura histórica tal, en la que el análisis sobre nuestra autodeterminación fuera la ventana más segura para garantizar nuestra sobrevivencia como pueblos, como sociedad.
alimentan planos identitarios de carácter primario, seleccionados por su trascendencia histórica y por dar base y energía a los procesos de resistencia ante la imposición de valores y modelos de vida no aceptables por la comunidad.
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