Anticapitalistas en la Otra

Anticapitalistas en la Sexta es un espacio de discusión y organización política de carácter anticapitalista e internacionalista, que busca enlazar las luchas y fortalecer la unidad de las y los trabajadoras de la Ciudad, el Campo, el Mar y el Aire, y del resto de l@s explotad@s por el sistema capitalista para avanzar en la construcción de un Programa Nacional de Lucha y su Plan de Insurrección. Como segundo propósito buscamos difundir las luchas, denuncias y actividades de los adherentes a La Sexta en el país y el mundo, y también de todos aquellos que que sin ser parte de La Sexta se encuentren abajo y a la izquierda.

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Video del mes: Palabras del mes: Es preciso no olvidar que en virtud y por efecto de la solidaridad del proletariado, la emancipación del obrero no puede lograrse si no se realiza a la vez la liberación del campesino. De no ser así, la burguesía podría poner estas dos fuerzas, la una frente a la otra, y aprovecharse, por ejemplo, de la ignorancia de los campesinos para combatir y refrenar los justos impulsos de los trabajadores citadinos; del mismo modo que, si el caso se ofrece, podrá utilizar a los obreros poco conscientes y lanzarlos contra sus hermanos del campo. CARTA DE EMILIANO ZAPATA A GENARO AMEZCUA Tlaltizapán, Febrero 14, 1918

Firma en contra de la reactivación del proyecto de despojo en Atenco

jueves, 22 de julio de 2010

La Jornada: La cuestión del voto y Quesillo electoral

La cuestión del voto

Gustavo Esteva

Lunes 28 de junio de 2010

Las campañas electorales están aumentando la tradicional desconfianza en candidatos y partidos. Un número creciente de ciudadanos se da cuenta de que el resultado de las elecciones en puerta será irrelevante. Ningún candidato o partido podrá alterar sus realidades y sus esperanzas… salvo para empeorarlas.

No hay en esto novedad. Esta situación caracteriza periódicamente el ánimo público de las últimas décadas y produce habitualmente apatía e indiferencia. La gente abandona las urnas, como acaba de ocurrir en Colombia, para beneficio de candidatos y partidos que apuestan a su voto duro, a los electores que controlan por las buenas o por las malas. Perderían si hubiera una afluencia masiva de votantes.

Una de las reacciones ante esta situación consiste en ridiculizar el proceso electoral mismo, para descalificar a las clases políticas. El mes pasado ganó en Islandia el Partido Mejor, creado poco antes por Jon Gnarr, un conocido cómico que abandonó temprano la escuela y se hizo punk. Entre las promesas de campaña de su partido estuvieron: osos polares para el zoológico, toallas gratuitas en las albercas públicas y un Congreso sin adicción a las drogas.

El voto de protesta, que hizo a Gnarr alcalde de la capital donde vive la tercera parte de los islandeses, no fue un voto a ciegas. Gnarr es anarquista confeso y revela también que no entiende bien en qué se ha metido. Pero que algo sea divertido no significa que carezca de seriedad, dice Gnarr. Además de su inteligencia y su capacidad de expresar el sentimiento actual de la mayoría de la gente (¿por qué debemos pagar lo que nunca nos gastamos?), ganaron votos su actitud moral y su responsabilidad política. Como buen anarquista, contra el prejuicio general, busca traer orden al caos actual y forjar un auténtico estado de derecho.

Entre nosotros, secuestrada la comicidad y el ridículo por los propios candidatos, se ha estado fortaleciendo la reacción que consiste en confiar en las propias fuerzas, en la organización desde abajo. Se trata de basar la lucha por la libertad y la justicia en la autonomía económica y política. Se trata también de reorganizar la sociedad desde su base, desmantelando las obsoletas instituciones del Estado. Para quienes están concentrados en ese empeño, las elecciones son básicamente irrelevantes. No se distraen con ellas, salvo para resistir los hostigamientos y manipulaciones que habitualmente las acompañan.

Hay casos, sin embargo, en que la situación local les causa perplejidad. En Oaxaca, por ejemplo, se han acumulado las razones para despreciar el proceso electoral: las experiencias recientes de fraude sistemático y continuado, el nivel abyecto y cínico que ha alcanzado la campaña del guardaespaldas de Ulises Ruiz y de sus secuaces, la confusa alianza de toda la oposición política, los preparativos evidentes de un nuevo fraude…

Sin embargo, también está en la memoria de la gente la eficacia del voto de castigo, en 2006, cuando a pesar de todas las intimidaciones y manipulaciones el PRI perdió 10 de los 12 distritos electorales y su candidato presidencial cayó al tercer lugar. Aunque Ulises Ruiz revirtió estos resultados en las elecciones locales posteriores comprando candidatos de todos los partidos, muchos piensan que vale de nuevo la pena emplear la trinchera electoral para deshacerse del grupo mafioso que se enquistó en el poder.

Se está extendiendo la movilización para vigilar las elecciones. La gente se da cuenta de que un nuevo fraude podría desatar reacciones de consecuencias imprevisibles, incluyendo formas de guerra civil que ya están apareciendo en pequeña escala. Para impedir el fraude, empero, lo más importante es votar. Y ahora piensan en hacerlo hasta aquellos que mantienen su profunda desconfianza en el aparato institucional y en las elecciones mismas, y que no están dispuestos a depositar su esperanza en algún candidato o partido.

En esta ocasión, en Oaxaca, muchos electores no votarán por la esperanza de un cambio, porque la mayoría sigue pensando que los cambios que interesan sólo pueden provenir de la propia gente, de los ciudadanos, no de sustituciones allá arriba. Votarán para deshacerse de un grupo mafioso y autoritario, cuyos atropellos continuos son ya insoportables. Votarán también para imponer al nuevo gobernador formas de cogobierno con los ciudadanos y los pueblos indios, que ofrezcan condiciones más propicias para la transición política pacífica y democrática que se está tejiendo desde abajo y a la izquierda.

Y así, el 4 de julio podría producirse, en Oaxaca, la paradoja de que el triunfo de la oposición se deba a la afluencia masiva de votantes… que no creen en las elecciones.


Gustavo Esteva
Lunes 12 de julio de 2010

Contra todas las apariencias, la gente no votó en Oaxaca por Gabino Cué ni puso en él sus esperanzas. Salió de nuevo a la calle para terminar una de las tareas que dejó pendientes en 2006.

Dicen los analistas que la ciudadanía decidió creer en la urna una vez más. (Aguayo, Noticias 7/7/10). No es así. Los oaxaqueños siguen tan descreídos como siempre. Nunca han confiado en los procedimientos electorales: conocen bien sus horrores, tan interminables como repetitivos. ¿Y cómo creer que los gobernantes representan los intereses de los ciudadanos con gente como Murat y Ulises Ruiz? No, la principal de las instituciones de la democracia, la fe en ella, nunca se estableció en Oaxaca.

Para el 4 de julio, además, todo mundo sabía que era una elección de Estado: el gobierno empleó todos sus recursos legales e ilegales para inducir el voto y controlaba los órganos electorales. Ni siquiera cuidaron las apariencias. Ruiz confiaba en imponer a su guardaespaldas, pero preparó una ruta de escape: si perdía, las evidentes irregularidades llevarían a anular las elecciones. Podría así prolongar su mandato: un congreso bajo su control nombraría al interino. Fue una elección de Estado… en que el Estado perdió. Es esa la primera lección de la jornada electoral.

La coalición contra natura que postuló a Cué no podía hacerlo en nombre de una ideología, un programa o una plataforma. No era por algo, sino contra algo; así se constituyó. Consiguió su propósito… pero no podrá llegar más lejos. Los partidos que la forman sólo ejercerán una forma de voluntad colectiva para seguir desmontando la estructura mafiosa que los excluía o sometía o en algunas cuestiones puntuales en que coinciden.

Los analistas sostienen que las enormes expectativas de cambio de los oaxaqueños constituyen el principal desafío que enfrenta Gabino Cué. No hay tal. Es cierto que se ganó ciertas simpatías por la dignidad y mesura que mostró durante sus siete años de campaña por la gubernatura; por ser el único candidato que recorrió todos los municipios de Oaxaca, cuando los visitó con López Obrador; y por su gestión como presidente municipal de Oaxaca. Pero la mayoría de la gente no votó por él, sino contra el grupo mafioso enquistado por 81 años en el poder, y pocos abrigan esperanzas de que podrá, desde el gobierno, realizar los cambios que hacen falta.

Gabino Cué, por todo eso, está solo. La cargada de costumbre es engañosa. Tendrá en contra a lo que queda del PRI, a los caciques e incluso a los partidos que lo eligieron. A pesar de su legitimidad formal y de alguna popularidad en ciertos sectores, sólo podrá gobernar si lo hace con los ciudadanos. Muchos electores votaron con incomodidad, contra sus convicciones más profundas, como una táctica de lucha que nada tiene que ver con la democracia formal. Seguirán ejerciendo su propio poder, para la transformación de Oaxaca. Muy pocos ponen sus esperanzas en el nuevo gobernador. Sólo si los tres niveles del gobierno aprenden a obedecer a los ciudadanos organizados, cosa por demás difícil, podría asegurarse la transición pacífica a una nueva sociedad que la gente está buscando.

Desde la noche del 4 de julio, en la celebración, pudieron verse los síntomas de la nueva perspectiva. Era fascinante observar a jóvenes barricaderos de 2006 que ese día emplearon su organización consolidada para votar y vigilar las urnas, e inmediatamente empezaron a preparar los siguientes pasos. Como ellos, miles de personas, en las más diversas organizaciones, dedicaron la semana a organizar movilizaciones e iniciativas. Saben que los próximos meses serán difíciles, por los coletazos del dinosaurio, pero no creen que los siguientes vayan a ser fáciles.

Buena parte de quienes eligieron en 2008 a Barack Obama se sienten hoy frustrados y desencantados: no ha cumplido sus expectativas. No parecen haber escuchado las advertencias del candidato Obama: No les pido que crean en mí, sino en ustedes mismos; En la Casa Blanca no podré resolver los problemas actuales, pero ustedes pueden. El 4 de noviembre de 2008, empero, quienes lo eligieron se dedicaron a festejar el triunfo… y en su mayoría se sentaron a esperar que arreglase el desastre que había dejado su antecesor.

Puede verse con claridad el contraste. Al usar la trinchera electoral, bajo circunstancias peculiares, los oaxaqueños no trasladaron la esperanza de transformación a una persona o a un sistema viciado. Lo hicieron para remover un obstáculo del camino, plenamente conscientes de que el abierto ahora para ellos planteará dificultades cuya superación no dependerá de los funcionarios recién elegidos, sino de ellos mismos, de su capacidad organizada de generar el cambio que urgentemente necesitan.

gustavoesteva@gmail.com

Tomado de la Jornada: http://www.jornada.unam.mx/2010/07/12/index.php?section=opinion&article=016a1pol

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