Imagen de archivo del dictador haitiano Jean-Claude Duvalier, hijo de Francois Duvalier, en 1976.
Un hombre con cara siniestra acude a visitar al dictador. Campechano, bigote a la antigua usanza caribeña, el porte de aquel que fue y ya no es. Gesticula con sus manos, manchadas de sangre para siempre. Se llama Louis-Jodel Chamblain y es uno de los señores de la guerra de los Duvalier. Y también está libre en el Haití que olvidó su memoria histórica. Esos ojos pequeños miraron muchas veces a la muerte. Todo valía para que Jean Claude Duvalier, Baby Doc, el président-à-vie (vitalicio), se mantuviera en el poder acelerando sus coches de carreras y exhibiendo sus pequeñas ametralladoras último modelo.
Matones como Chamblain y un ejército particular, la Milicia de Voluntarios para la Seguridad Nacional (MVSM), los llamados tonton macoutes, tuvieron licencia sobre la vida y la muerte durante los 30 años de tiranía hereditaria de los Duvalier. “En las casas hasta los niños hablábamos susurrando. Si a alguien se le ocurría decir que quería ser presidente y llegaba a los oídos de los tonton, le detenían a él y a toda la familia”, recuerda la periodista torturada Liliane Pierre-Paul.
Los tonton macoutes’ llevaban a los niños a presenciar las ejecuciones
Los tonton macoutes (hombres del saco en idioma creole) se apoyaron en la leyenda infantil para extender sus horrores y “convertir Haití en un gran y aterrorizado cementerio”, acusa Patrick Elie, luchador izquierdista y ex ministro de Jean Bertrand Aristide.
La milicia paramilitar estuvo formada por 200.000 hombres, pero muchos de ellos eran tan pobres como los pobres y lo único que pretendían era proteger a sus familias de la violencia del Estado. Fueron cerca de 25.000 los que se emplearon con brutalidad sin límites desde 1959 hasta 1986.
Tras la caída de la tiranía, decenas de ellos fueron lapidados y quemados en la calle. El pueblo se vengó cortando las cabezas de aquellos fanáticos analfabetos, siempre ocultos tras las gafas de sol, con sus camisas azules y sus sombreros de paja, machete en mano. Como zombies del terror, los zombies que detentaban el poder de la vida y de la muerte.
La MVSM dejó de existir oficialmente tras la caída de Baby Doc, pero los tentáculos del terror duvalierista se transformaron en escuadrones de la muerte capitaneados por Chamblain. Este consiguió la suspensión de las elecciones de 1987 tras matar a 34 votantes en la jornada electoral. Luego participó en el golpe de Estado de Raoul Cedrás contra Aristide en 1991. Dos años después inventó una organización terrorista, a la que bautizó sin sonrojo Frente para el Adelanto y el Progreso de Haití, que atacó sin miramientos al gobierno de Aristide, repitiendo golpe de Estado en 2004.
La presión de Amnistía Internacional consiguió que las fuerzas de la ONU le detuvieran por el asesinato del activista democrático Antoine Izmery. Pero fue absuelto y sólo cumplió unos meses de cárcel.
Matar también es muy barato en Haití para los discípulos de Luckner Cambronne, el temido ministro de Interior de los dos Duvalier y cerebro de la represión durante décadas.
Cambronne movía los hilos del terror: militares por un lado, tonton macoutes por otro. El vampiro del Caribe se movía con tanta impunidad que fue capaz de montar una industria de sangre y cadáveres, que suministraba a hospitales y universidades de Estados Unidos.
Y es que los tonton no sólo mataban y torturaban, también rendían pingües beneficios a la dictadura, extorsionando a los empresarios para que donasen sus fortunas, robando tierras y cobrando falsos impuestos a los pobres. Corrupción más extorsión, así se mezclaba la fórmula mágica de la tiranía.
Haití soportó décadas de terrorismo permanente, con el visto bueno de las administraciones de Estados Unidos, salvo la de Jimmy Carter, que durante cuatro años maniató al pequeño de los Duvalier.
Quemados vivos
Los tonton sirvieron a sus jefes cubriéndose de un halo sobrenatural para amedrentar a la gente. Incluso algunos de sus líderes más importantes fueron líderes de vudú, lo que les dotaba de más autoridad.
El imperio del terror se adueñó de cuerpos y almas. La descripción de sus horrores roza lo increíble, como si se tratara de una novela de imposible lectura. Pero, por desgracia para Haití, estas novelas sí son posibles aquí: ejecutaban al azar, apedreaban a sus sospechosos, quemaban viva a la gente, ahorcaban a sus víctimas y las dejaban en la calle para amedrentamiento público.
“Jamás olvidaré la ejecución de dos muchachos del Movimiento Haití Joven, llegados desde Estados Unidos para montar una guerrilla en el sur del país”, recuerda Elie. “Después de una resistencia heroica, 11 de ellos fueron masacrados. Les cortaron las cabezas y las exhibieron en los periódicos. Pero los dos supervivientes fueron ejecutados en el cementerio. Y los niños de los colegios fueron llevados a la fuerza para presenciarlo en vivo”.
Louis Cafi fue uno de esos tonton pobres, también víctima, entre los miles que fueron amnistiados por la gente. “Yo sólo era un funcionario, cumplía órdenes, jamás hice daño. Si lo hubiera hecho, me hubieran matado”, se defiende. Pero la vida le ha ido tan mal que todavía añora a Baby Doc. Por eso le entregó a su hija un pequeño trapo con los colores rojinegros del Partido Único Nacionalista y la envió a aclamar a Jean Claude Duvalier a su regreso a Haití el mes pasado. Pesadillas nostálgicas que no tienen ningún futuro en el Haití de hoy. Un Haití donde Papá Doc y Cambrone ya no están; pero Baby Doc y su sicario Chamblain, sí. Tiempo para la justicia.
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