Perdón Obama, nosotros sí podemosFoto Ap
fiebre entéricaes una frase tallada en muchas lápidas de Raj– y pasé noche tras noche con ratas en el estómago y chorreando sudor en el lino de la cama. La primera vez que me aventuré a la calle me desmayé sobre una banca de concreto de una parada de autobuses, entre un paso a desnivel y una plaza con pasos elevados de hierro quemante, repletos de egipcios que vociferaban.
¡Viva Egipto!no habían nacido cuando yo yacía en esa banca de concreto. La estación es hoy el edificio de un nuevo hotel –que ha servido de baño común en las pasadas tres semanas, el olor a orines aún está allí–; el Mugama, tan terrible como siempre, está vacío, pues sus legiones de burócratas han sido impedidos de entrar a la plaza por los revolucionarios del nuevo Egipto.
La historia ha llegado en grandes sorbos, a veces sangrientos, casi siempre valerosos, inspiradores, terribles. He descrito un círculo completo. Gracias al cielo nunca envié esa renuncia al Times. Supongo que los reporteros, al igual que las naciones, crecen; la perspectiva es un raro instinto. Lo que hace tres décadas y media eran notas para un periódico –la dictadura de Sadat pronto fue sucedida por la todavía más deprimente de Mubarak– se convirtió esta semana en una epopeya en pantalla ancha, con un elenco de millones: una historia imperecedera de libertad contra la represión del Estado.
Resulta extraño cómo el mundo del cine logra capturar la realidad. En El tercer hombre hay un momento maravilloso en el que dos oficiales británicos esperan junto a una pared en la Viena de posguerra con la esperanza de atrapar al multiasesino Harry Lime. De las sombras no surge Lime, sino una extraña criatura con unos globos en la mano, que pregunta en voz baja a los soldados si quieren comprar uno. Hace un par de semanas me abría paso boqueando por la calle Champollion, frente a la plaza Tahrir, con Cecilia Udden, de la televisión sueca. Ambos teníamos náuseas por los vapores del gas lacrimógeno, el lugar vibraba con los disparos de pistolas aturdidoras de la policía de seguridad del Estado, y entonces una figura ataviada con una túnica salió de una calle lateral y se nos acercó entre el humo, agitando algo en la mano.
¿Papiro?, preguntó en tono lastimero.
¿Una imagen de Ramsés Segundo?
departamento del gobiernoen Gran Bretaña. En la plaza Tahrir, egipcios que corrían peligro de ser arrestados al instante por los esbirros de Mubarak nos daban con orgullo su nombre completo, ansiosos por demostrar su fe en la libertad y su desprecio por la policía. ¿Qué nos dice esto sobre nosotros? El Egipto antimubarakita nos enseña una cosa; la Gran Bretaña cameronita, otra muy distinta.
murciélagos salidos de la noche están aterrorizando al pueblo egipcio. ¿Estaría en sus cabales? Allá por la década de 1930, mi padre, subtesorero en el municipio de Birkenhead, descubrió que un amigo había sido encerrado en lo que entonces se llamaba un
asilo para lunáticos. Fisk al rescate. Bill se presentó en el asilo, escuchó la racional explicación de su amigo de que se había cometido un terrible error, y se ofreció de inmediato a llevarlo a las autoridades de salud para que se enmendara el entuerto.
Pero no puedo irme, anunció de pronto el amigo, metiendo los dedos en un enchufe eléctrico.
Mira, soy un foco; si me llevas, todas las luces del asilo se apagarán.
murciélagos de la nochecasi siempre se refiere a una criatura espantosa que surge sólo en la oscuridad, con una ciega capacidad de infundir terror. Suleiman hablaba casi de seguro de los ladrones e incendiarios que han atacado los hogares egipcios en las noches –muchos de esos
murciélagos, pero no todos, han sido policías vestidos de civil, una distinción que Suleiman sin duda no hizo–, y de este modo la tradición literaria árabe se fundió con la retórica de una dictadura agonizante.
murciélago salido de la noche. La noche del viernes, el murciélago voló.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2011/02/12/index.php?section=opinion&article=023a1mun
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