Aquí está, pues, mi brindis decembrino para ustedes:
Estas masacres con armas de fuego no terminarán pronto.
Siento decir esto, pero muy en el fondo todos sabemos que es cierto. No significa que no debamos seguir presionando: después de todo, el impulso está de nuestra parte. Sé que a todos nosotros, yo incluido, nos gustaría que el presidente y el Congreso promulgaran leyes más estrictas sobre armas. Necesitamos que se prohíban las armas automáticas y semiautomáticas y los magacines que contienen más de siete balas. Necesitamos mejores revisiones de antecedentes y más servicios de salud mental. Necesitamos regular las municiones también.
Pero, amigos, me gustaría proponer que si bien todo lo anterior reducirá las muertes por armas de fuego (pregúntenle al alcalde Bloomberg: es prácticamente imposible comprar una arma en Nueva York y el resultado es que el número de homicidios por año se ha reducido de 2 mil 200 a menos de 400), en realidad no pondrá fin a estos asesinatos en masa ni atacará el problema esencial que tenemos. Connecticut tenía una de las leyes más severas sobre armas en el país, y no sirvió de nada para prevenir la matanza de 20 niños el 14 de diciembre.
De hecho, seamos claros sobre Newtown: el asesino no tenía antecedentes penales, así que jamás habría aparecido en una revisión en archivos policiales. Todas las armas que empleó fueron adquiridas legalmente; ninguna encajaba en la definición legal de arma de
asalto. El asesino parecía tener problemas mentales y su madre lo hizo buscar ayuda, pero fue inútil. En cuanto a medidas de seguridad, la escuela Sandy Hook fue cerrada con candados antes de que el homicida se presentara esa mañana. Se habían realizado simulacros precisamente contra ese tipo de eventos. De mucho que sirvió.
Y he aquí el hecho sucio que ninguno de nosotros los liberales quiere discutir: el asesino sólo se detuvo cuando vio que los policías llegaban en tropel a la escuela, es decir, hombres armados. Cuando vio llegar las armas, detuvo el baño de sangre y se mató. Las armas de los policías impidieron que ocurrieran otras 20, 40 o 100 muertes. A veces las armas funcionan. (Sin embargo, hubo un alguacil armado en la escuela preparatoria de Columbine el día de la matanza y no pudo o no quiso detenerla.)
Lamento ofrecer esta verificación de realidades en nuestra muy necesaria marcha hacia un montón de cambios bienintencionados y necesarios –pero a la larga, cosméticos en su mayoría– en nuestras leyes sobre armas. Los hechos tristes son estos: otros países donde abundan las armas (como Canadá, donde hay 7 millones de armas en sus 12 millones de hogares, la mayoría de caza) tienen una tasa de homicidios más baja. Los chicos de Japón ven las mismas películas violentas, y los de Australia practican los mismos juegos violentos de video (El Gran Robo de Autos fue creado por una firma británica; el Reino Unido tuvo 58 asesinatos por arma de fuego en una nación de 63 millones de habitantes). Esta es la pregunta que deberíamos explorar en lo que prohibimos y restringimos las armas: ¿quiénes somos?
Trataré de contestar esta pregunta.
Somos un país cuyos líderes oficialmente aprueban y cometen actos de violencia como medio para lograr un fin a menudo inmoral. Invadimos países que no nos atacaron. Ahora usamos drones en media docena de países, y con frecuencia matan civiles.
Puede que esto no sea sorpresa para nosotros, siendo una nación fundada en el genocidio y construida sobre las espaldas de esclavos. Nos causamos 600 mil muertes en una guerra civil.
Conquistamos el Salvaje Oeste con una revólver de seis tirosy violamos, golpeamos y matamos a nuestras mujeres sin piedad y a un ritmo asombroso: cada tres horas se comete el asesinato de una mujer en Estados Unidos (la mitad de las veces por su pareja actual o su ex); cada tres minutos hay una violación, y cada 15 minutos alguna mujer recibe una golpiza.
Pertenecemos a un grupo ilustre de naciones que aún aplican la pena de muerte (Corea del Norte, Arabia Saudita, China, Irán). No nos causa mayor conflicto que decenas de miles de nuestros ciudadanos perezcan cada año porque carecen de seguridad social y por tanto no ven a un médico hasta que es demasiado tarde.
¿Por qué hacemos esto? Una teoría es que es simplemente
porque podemos. Existe un nivel de arrogancia en el espíritu estadunidense, amistoso por lo demás, que nos persuade de creer que poseemos algo excepcional que nos separa de todos esos
otrospaíses (sí tenemos muchas cosas buenas; lo mismo puede decirse de Bélgica, Nueva Zelanda, Francia, Alemania, etcétera). Creemos ser número uno en todo, cuando la verdad es que nuestros estudiantes están en el lugar 17 en ciencias y el 25 en matemáticas, y ocupamos el lugar 35 en expectativa de vida. Creemos tener la democracia más grandiosa, pero nuestra participación en urnas es la menor de cualquier democracia occidental.
tristes,
nuestros corazones están con los familiaresy los presidentes prometen adoptar
medidas significativas. Bueno, tal vez en esta ocasión este presidente lo diga en serio. Será mejor que así sea. Una enfurecida multitud de millones no va a dejar caer el tema.
yo. Creo que la norma del
cada quien para su santode este país es lo que nos ha puesto en el hoyo en que nos encontramos, y ha sido nuestra perdición. ¡Ráscate con tus uñas! ¡No eres mi problema! ¡Esto es mío!
Fuente:
http://www.jornada.unam.mx/2012/12/28/politica/008a1pol
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